Norte:
perfil primero de Gabriel Celaya 1
a
historia externa de Norte, la pequeña colección
de poesía que Gabriel Celaya y Amparitxu Gastón
fundaron en 1947, ya es conocida en líneas generales
2. Falta aún,
sin embargo, un estudio exhaustivo de los documentos que
aquella aventura editorial dejó, que deberá
ayudarnos a precisar el papel que cumplió en la afirmación
de Celaya como poeta y en la historia de la poesía
durante aquellos años negros.
Él mismo subrayó la significación de
Norte en su evolución personal y literaria. En "Historia
de mis libros", una breve autobiografía que
compuso en 1975 para encabezar la antología Itinerario
poético, dedicó uno de sus cuatro apartados
a Norte y a sus consecuencias en su biografía de
escritor (1975, págs. 13-31; el apartado "Norte"
ocupa las páginas 22-27). Puede resultar interesante,
pues, repasar las circunstancias que le condujeron a tal
aventura y lo que resultó de ella. Hoy quiero adelantar
algunos datos y reflexiones al respecto, a partir de las
informaciones que nos procuran la correspondencia del poeta
y otros documentos todavía inéditos, a modo
de primera aproximación a lo que deberá ser
en un futuro no lejano un estudio monográfico de
lo que supuso la colección.
Se impone una primera constatación: la colección
de poesía Norte nació al socaire de la relación
personal de Celaya con Amparitxu. Lo dice la secuencia de
las fechas: se conocieron en octubre de 1946 y comenzaron
a publicar libros a buen ritmo en el año siguiente.
Y Celaya ha ligado ambos acontecimientos siempre que ha
recordado aquel periodo de su existencia. En "Historia
de mis libros" lo cuenta de este modo:
En octubre de 1946 -el 8 de octubre, fecha importante
para mí- conocí a Amparitxu Gastón.
Nos entendimos en seguida; nos quisimos muy pronto; y esto
fue para mí la resurrección. Salía,
con su ayuda y su apoyo, del mundo elucubrante de Tentativas
a la difícil y sabrosa realidad. Y así, sin
pensarlo demasiado, decidimos fundar una colección
de poesía: Norte [pág. 22].
Celaya siempre recordó la historia de Norte como
una historia compartida con Amparitxu, como una historia
de los dos. Y no porque le inventara un puesto de secretaria
en la editorial 3
o porque de hecho ejerciera más como editora que
como tal y le ayudara a decidir qué habían
de publicar, haciendo "un "triage" de los
montones de originales que nos mandaban" 4.
Es que el inicio de la nueva vida que imaginó con
ella y la gestación de Norte se implicaron mutuamente
e impusieron al cabo un cambio de rumbo radical a su existencia.
Desde que terminara su participación en la Guerra
Civil, Celaya tenía asentadas su vida familiar y
su vida profesional como director gerente de Herederos de
Ramón Múgica, pero su existencia le era insoportable
y se desmoronaba día a día. Amparitxu lo ha
contado de este otro modo:
El Gabriel Celaya de 1946, es decir, Rafael Múgica,
era un buen burgués, ingeniero industrial, director
gerente de una importante industria de ferrocarriles, ciudadano
respetable y bien considerado en la sociedad de San Sebastián.
Pero había que estar ciego para no ver que todo eso
era una máscara como yo lo vi en el acto. Gabriel
Celaya, el verdadero hombre oculto tras aquella máscara
de buen ciudadano, era un hombre frustrado y desesperado
que odiaba la sociedad en que vivía, la fábrica
en la que trabajaba y la familia que le atenazaba: un verdadero
neurótico que, cuando yo le conocí, acababa
de salir a la calle después de tres meses de encierro
y de renuncia a todo. [Gastón, A., 1981]
En efecto, a Celaya su modo de vida lo había enfermado
literalmente. Ese periodo anterior a la eclosión
de Norte, que él identifica con la escritura y revisión
obsesiva de su libro en prosa Tentativas (Celaya,
G., 1946), estaba minado por un malestar que él,
según recuerda en "Historia de mis libros"
(págs. 20-21), procuraba "domeñar con
fórmulas intelectuales", hasta que la fiebre
lo retuvo por tres meses en cama, en un "derrumbamiento
que daba por definitivo". Rafael Múgica, el
ingeniero enfermo, publicó Tentativas tras
una década de silencio editorial, considerándolo
una especie de testamento, "porque nunca he estado
tan cerca de un suicidio" Y lo publicó con un
seudónimo, Gabriel Celaya, porque tenía asumido
que su nombre civil no era firma apropiada para tales actividades,
que sólo podían acarrearle descrédito
en su sociedad. Tentativas, pese a su volumen notable
y a su densidad de obra sobrecargada de presupuestos teóricos,
intenciones y esfuerzos, no representaba una escapatoria
de la existencia que tan mal soportaba el ingeniero asqueado
ni significaba que retomase su vocación soterrada
de escritor. Daba fe, como mucho, de que el escritor había
convivido con el ingeniero, como la sombra que lo acompañó
hasta el desastre. Pero, reconoce retrospectivamente Celaya,
"sólo después del fracaso de Tentativas,
era posible lo que más tarde aventuré".
Muy distinta fue la cualidad de la producción que
agrupó bajo el sello editorial Norte. Distinto fue
su género, pues volvía al fin a imprimir versos;
distinto su formato, pues se trataba de libritos de tamaño
modesto, que poco tenían que ver con la extensión
y las dimensiones, desmesuradas según el propio poeta,
de Tentativas; distinta la actividad que desplegaba
al publicarlos, pues no se limitaba ahora a escribir, sino
que oficiaba a un tiempo de autor, traductor de los títulos
que no salieron de su pluma y editor; distinta, en fin,
por variada y multiforme, la personalidad de quien los firmaba
con tres nombres distintos, poniendo simultáneamente
sobre el papel la pluralidad de los caminos que había
emprendido en su afán por descubrir una voz y una
personalidad poética escabullidas. Si Tentativas
quiso ser un testamento y cuajó, en consecuencia,
en forma de legado acumulado al cabo de una década
larga de esfuerzos, la que Celaya empleó en culminarlo
desde que lo concibiera en 1934, los poemarios de Norte
aparecieron, en su secuencia, como la eclosión súbita
y un punto violenta de algo que germinaba entonces.
Entre 1947 y 1955, Norte publicó diecisiete libros
desde un tercer piso de la calle Juan de Bilbao, número
4, en la Parte Vieja de San Sebastián. Los títulos
fueron, en 1947: Gabriel Celaya: Movimientos elementales,
Rainer María Rilke: Cincuenta poemas franceses,
Rafael Múgica: La soledad cerrada, William
Blake: El libro de Urizen y Juan de Leceta: Tranquilamente
hablando. En 1948, Leopoldo de Luis: Huésped
de un tiempo sombrío, Jean Arthur Rimbaud: Una
temporada en el infierno, Ricardo Molina: Tres poemas,
Germán Bleiberg: La mutua primavera, Lanza
del Vasto: La cifra de las cosas y Camilo José
Cela: Cancionero de la Alcarria. En 1949, Victoriano
Crémer: La espada y la pared. En 1950, Jesús
Delgado: El año cero y Miguel Labordeta: Transeúnte
central. En 1951, Juan Guerrero Zamora: Danza macabra,
danza milagrosa. En 1952, Antonio Milla Ruiz: ¡Aglaé!:
poemas de salvación (1946-1950). Y en 1955, Mario
Luzi y Vittorio Sereni: Poemas.
Las cifras de su actividad editorial, claramente descendentes
después de los dos primeros años, sugieren
que el poeta fue desistiendo de sus empeños como
editor en aquella España de la dictadura que multiplicaba
las dificultades para desarrollarlos: Norte publicó
cinco títulos en 1947, seis en 1948, uno en 1949,
dos en 1950 y de nuevo sólo uno en 1951, 1952 y 1955.
Pero esas cifras también implican, a la inversa,
un entusiasmo inicial, fundacional, que luego la pareja
supo encauzar por otras vías literarias y personales.
Norte fue un instrumento para realizar intensa, torrencialmente,
la vocación literaria de Celaya, al tiempo que un
medio de expresarla y de afrontar las circunstancias que
la retenían. Pero, por la misma cualidad vital y
desmesurada de las aspiraciones de Celaya, fue un instrumento
temporal, un paso en su caminar haciendo camino.
Aunque Celaya no numeró los volúmenes de
la colección, en la solapa de su edición de
Una temporada en el infierno, de Rimbaud, hizo figurar
la lista de obras que llevaba publicadas Norte. El poeta
editor había monopolizado sus ediciones durante el
primer año de éstas, 1947. Publicó
Movimientos elementales, que firmó Gabriel
Celaya; La soledad cerrada, con la firma Rafael Múgica;
y Tranquilamente hablando, con su tercer heterónimo,
Juan de Leceta; e intercaló con estos poemarios sus
traducciones de Cincuenta poemas franceses, de Rilke,
y El libro de Urizen, de Blake. En 1948, Huésped
de un tiempo sombrío, de Leopoldo de Luis, interrumpió
la exclusividad, al aparecer antes que su versión
de Rimbaud. Después ya se incorporaron a la colección
otros poetas españoles y traducciones ajenas.
Este cúmulo de títulos producidos personalmente
por él deja la impresión de que Norte fue
en su origen, y antes que ninguna otra cosa, un proyecto
de autoedición. Tal es su primera seña de
identidad, la de cauce para la torrencial expresión
poética de su creador, que procura a la colección
cierta fisonomía propia, pues por lo demás,
si se considera el resto de su catálogo, no pareció
tener, como apunta Leopoldo de Luis, "una línea
homogénea" (pág. 39). Celaya se dotó
de los medios para publicar de nuevo sus versos, tras pasar
una década alejado de la imprenta. Al hacerlo, lo
mismo que al relacionarse con Amparitxu, incurría
en inconveniencias que su buena sociedad donostiarra no
dejaría de reprocharle. Sus reconvenciones y amenazas
le sirvieron para componer una de las estrofas de "Biografía",
el conocido poema de La higa de Arbigorriya (Celaya,
G., 1975):
¿Le parece a usted correcto que un ingeniero
haga versos?
La cultura es un adorno y el negocio es el negocio.
Si sigues con esa chica te cerraremos las puertas.
Eso, para vivir.
En estos versos, tales admoniciones quedan significativamente
unidas y rematadas por ese expresivo "para vivir",
porque en su memoria escribir poesía, incluso hasta
dejar de ser ingeniero, y seguir con aquella chica, a pesar
de todas las puertas cerradas, equivalía a vivir,
a encontrar de nuevo la pasión y los afanes del ser
vivo que renacía a la "difícil y sabrosa
realidad", junto a Amparitxu y encadenando las ediciones
de Norte.
En Poesía y verdad, el poeta hernaniarra
recordó que las circunstancias políticas que
imponía aquella dictadura siniestra y las reacciones
que en él suscitaban también tuvieron que
ver con su silencio editorial de años y con la decisión
de romperlo: "aunque nunca dejé de escribir,
yo llevaba diez años sin publicar ningún libro,
porque creía como otros, y muy ingenuamente por cierto,
que nuestra abstención era una especie de huelga
de escritores que si se propagaba podría perjudicar
al Régimen". Conocer a Amparitxu le ayudó
a quebrar el círculo de esta ilusión paralizante
y a forjarse otras que le convocaban a la creación
y a la vida activa de poeta, como forma también de
responder a la realidad: "Ella me animó, me
devolvió la confianza en mí mismo, me convenció
de que había llegado el momento de romper fuego -todos
creíamos que el cambio político era inminente
después de la derrota alemana- y en vista de eso,
y de mutuo acuerdo, pusimos en marcha nuestra flamante Editorial"
(Celaya, G., 1979, págs. 70 y 15-16). Norte no fue,
pues, en ningún sentido, un modo de aislarse de las
penalidades y sinsabores que prodigaba aquel tiempo oscuro,
sino un modo distinto, más estimulante y activo,
de afrontarlos.
El primer objetivo de Celaya fue claro: volver a sentirse
poeta tras callar tantos años. Y su primer paso para
lograrlo, volver a publicar poemas en su colección.
Pero no fue el único que puso en práctica
o que imaginó para Norte. A finales de 1947 intervino
en una polémica acerca de la poesía en el
diario donostiarra La Voz de España, defendiendo
en un par de artículos, contra las críticas
de sus antagonistas, la eficacia y la oportunidad del lenguaje
poético, incluso el más exigente 5. Celaya reunió
sus dos textos en una circular -dos páginas mecanografiadas
bajo el título "Escarnio de la poesía"-
que repartió ciclostilada entre suscriptores de Norte,
amigos y corresponsales. En ella concluyó, según
ha recordado Leopoldo de Luis: "Esta larga disputa
[...] nos ha animado a proyectar en Norte una nueva serie
de cuadernos de ensayo o estudio dedicados a dar razón
de la poesía. ¿Quiere Vd. decirnos, sin compromiso,
si lo cree de interés?". La respuesta de los
amigos de Norte fue lo bastante desigual como para hacerle
renunciar a este nuevo desarrollo del proyecto, pero el
solo hecho de que lo concibiera muestra en qué grado
Celaya quiso hacer pública profesión de su
fe en la poesía y levantarse como su valedor contra
quienes la desconocían o la desdeñaban.
Para poner en marcha esa empresa con la que contaba volver
a declararse poeta, Celaya recurrió a su única
experiencia previa como editor, la que le procuró
publicar en 1935 su primer poemario, Marea del silencio.
Empleó el mismo formato de éste y también
procuró distribuir sus libros a través de
la librería madrileña de León Sánchez
Cuesta, a quien ya había encargado la tarea en aquella
ocasión anterior, como si con la colección
retomara el hilo perdido una década atrás,
saltando sobre el paréntesis lamentable de la guerra,
el trabajo como ingeniero y el silencio del poeta. La correspondencia
cruzada con el conocido librero del grupo del 27, que había
vuelto a Madrid tras un breve exilio, aporta precisiones
de gran interés para conocer las pautas que el poeta
siguió al llevar adelante Norte. Las cartas originales
de Celaya a León Sánchez Cuesta se encuentran
depositadas en el archivo de éste, en la Residencia
de Estudiantes de Madrid. Completan esta correspondencia,
que merece por su interés edición íntegra,
las copias que Celaya guardó de algunas de sus cartas,
de las que no queda constancia en el archivo de Sánchez
Cuesta, y las cartas de éste, que guarda el Koldo
Mitxelena Kulturunea de San Sebastián. Agradezco
a ambas instituciones las facilidades que me han dado para
consultar esos materiales.
A juzgar por las cartas que Celaya (entonces Rafael Múgica)
escribió a Sánchez Cuesta en 1935 y 1936,
a raíz de la edición de Marea del silencio,
la experiencia de editar sus propios versos había
estado lejos de ser fácil. Que repitiera la intentona
subraya notablemente su afán por volver a sentirse
poeta. Celaya se puso en contacto con el librero a finales
de 1935: un amigo había mediado para que Sánchez
Cuesta aceptara distribuir su poemario y le enviaba 50 ejemplares
junto con el ruego de que le orientara respecto a lo que
procedía hacer para difundirlo (carta del 5 de diciembre
de 1935). El joven Celaya debió de incurrir en no
pocas ingenuidades por entonces. Acuciaba, por ejemplo,
a Sánchez Cuesta para que el libro fuera exhibido
en los escaparates de las librerías, de modo que
se vio obligado, el 15 de marzo de 1936, a pedir disculpas
al experimentado librero:
Confieso que aun cuando comprendo la gran influencia
de las críticas nunca creí que éstas
fueran tan decisivas pues confiaba precisamente en lo contrario
que Vd. -en los espontáneos- y de ahí mi insistencia
-que ya me disculpará- para que se dirigiera a los
libreros. Yo juzgaba que "Marea del silencio"
debía verse en los escaparates para que entrara por
los ojos. Esto es lo que equivocadamente estimaba fundamental.
Prometió, de seguido, hacer alguna gestión
con los pocos críticos que conocía y mandar
imprimir una hojita de propaganda. Pocos días antes
del inicio de la Guerra Civil que había de mandarlo
todo al traste, incluida su recién estrenada actividad
de poeta que publica, el 6 de aquel nefasto julio de 1936
escribió a Sánchez Cuesta: "no sé
cómo expresarle mi agradecimiento por el interés
que me demuestra por una causa tan desesperada. Yo confío
en que algún día mis libros serán algo
más que una rémora para demostrarle mi reconocimiento
por la ayuda que me ofrece en estos mis primeros, difíciles
y torpes pasos". Alguna esperanza le daba al respecto
la noticia de que acababa de ganar, con La soledad cerrada,
el Concurso Bécquer del Lyceum Club Femenino de Madrid,
que confiaba había de reanimar la venta de Marea
del silencio. Pero sólo unos días después
la conjura reaccionaria encabezada por Franco inició
un conflicto que acabó con la República y
arrasó la mejor parte del país y del sistema
de producción cultural del que la librería
de Sánchez Cuesta formaba parte.
Terminada la contienda, Celaya supo por carta del 25 de
julio de 1942 de Luis Sánchez Cuesta, hermano del
librero, que quedaban entre "los pequeños restos
salvados de la librería" 35 ejemplares de Marea
del silencio, de los que podía disponer, pues
no veía posibilidad de que León reanudara
"su extinguido negocio". Luis Sánchez Cuesta
se equivocaba, pues ya en octubre de ese año Celaya
se dirigió al librero para inquirir si tenía
posibilidades de eludir el siniestro bloqueo cultural que
la dictadura había impuesto, si podía conseguir
libros extranjeros o guardaba en existencia publicaciones
anteriores a la Guerra Civil. Era la búsqueda de
ventanas para airear aquel clima asfixiante, que se haría
usual durante las décadas siguientes. Conviene recordar
que Celaya había tenido la fortuna de formarse en
la Residencia de Estudiantes, centro de la inteligencia
liberal que fue una de las primeras víctimas de la
saña del vencedor, y que había combatido en
las unidades nacionalistas del ejército republicano.
Para él, muy particularmente, la derrota de la República
había significado el desmoronamiento de todo un mundo
propio:
En 1939 -escribe en "Historia de mis libros-,
al terminar la Guerra Española, todos los amigos-poetas
mayores o menores que me habían acompañado
en mi juventud habían desaparecido de mi horizonte.
Y yo estaba en mi fábrica, más solo que nunca,
y menos dispuesto que nunca a publicar, pues nada entendía
del clima intelectual-literario que entonces reinaba.
[pág. 18.]
Sánchez Cuesta, depositario de las ediciones de
la Residencia y colaborador de aquellos poetas, representaba
sin duda un resto de aquel universo intelectual devorado
por la contienda. También para el librero retomar
su oficio y distribuir de nuevo obras de poesía debía
de resultar un modo de recuperar, al menos en parte, el
ambiente cultural aniquilado por la guerra. Pero ahora las
dificultades se iban a demostrar mucho mayores: la hostilidad
de los medios de producción impresa y distribución,
en manos de las mentes más cerriles, la presión
de la censura y del falangismo más belicoso, la disminución
radical del público posible a causa de la sangría
de la guerra y del exilio, y también a causa de la
penuria económica que padecía la inmensa mayor
parte de la población, tornaron la tarea punto menos
que impracticable.
En un comienzo, Celaya no había pensado poner a
la venta los títulos de Norte. Se contentaba con
imprimirlos y distribuirlos entre amigos y suscriptores.
Esperaba lograr un número suficiente de éstos
como para hacer viable la colección. Se dirigió
a directores de revistas poéticas y gentes de pluma
más o menos instaladas para pedirles direcciones
de lectores a los que proponer la suscripción a un
proyecto, decía, "al margen de cualquier interés
comercial", y, si le parecía preciso, les daba
coba y hasta les ofrecía la posibilidad de publicar.
En esos términos se dirigió a personalidades
tan ligadas entonces al régimen como Luis Felipe
Vivanco o César González Ruano, entre otros,
según demuestran las copias de las cartas que guardó
en su archivo. Cuando reanudó su contacto con Sánchez
Cuesta, le interesó mucho el fichero de "amigos
de la poesía" del librero, que sumaba mil nombres
y direcciones. Por su parte, él llevaba reunidas
ya unas setecientas fichas. Habían contribuido a
completarlas fuentes tan diversas como la lista de suscriptores
de Adonais, las de las revistas Espadaña, Corcel
y Mensaje y hasta el muy oficialista José García
Nieto, que aportó las de Garcilaso, según
le contó al librero el 29 de abril de 1948. Sin embargo,
el fichero de Norte que conocemos no suma más de
un centenar y medio de suscriptores, algunos de los cuales
se interesaban sólo por los libros españoles
o sólo por las traducciones, o resultaban un fiasco,
pues los envíos llegaban devueltos y había
que acabar por suspenderlos.
En realidad, la sangría económica no era grave,
pues Celaya, que seguía ganándose bien las
posibilidades de editar con su trabajo de ingeniero, se
puso por norma publicar sólo 400 ejemplares de cada
cuaderno y de ellos entregaba 100 a los autores. Así
se lo cuenta a Victoriano Crémer en cartas del 9
de enero y del 14 de mayo de 1948. Sin embargo, el 15 de
julio de 1951 explica a León Sánchez Cuesta
que ha "exigido a los autores que compraran un número
crecido de ejemplares, y debido a esto las existencias son
pocas". Ignoro si se trata de una medida aplicada a
los últimos volúmenes publicados antes de
esa fecha, pues cambia notablemente los términos
de la relación de Norte con sus autores.
Con todo, en enero de 1948, cuando ya había publicado
los cinco primeros títulos de la colección,
pensó en destinar algunos ejemplares a la venta en
librerías y escribió a Sánchez Cuesta,
el 23 de ese mes, para preguntarle si quería encargarse
de distribuirlos en las grandes ciudades (Madrid, Barcelona,
Sevilla y Valencia). Aunque no se hacía "ilusiones
sobre las posibilidades comerciales de Norte", pensaba
que los libritos, "en grupos de cuatro o cinco, y con
un carácter de colección", ofrecerían
alguna posibilidad. Pero, insistió en varias cartas,
el encargo en ningún caso debía suponer un
lastre económico para el distribuidor. Sánchez
Cuesta aceptó de inmediato y, como había hecho
una década antes al distribuir Marea del silencio,
prodigó sus recomendaciones al inexperto editor,
instruyéndolo acerca de la conveniencia de enviar
prospectos informativos a los compradores de poemarios o
de cuidar aspectos formales de los libros que podían
contribuir a su mejor difusión. Así, el 14
de agosto de 1948 le escribió al poeta:
Otra cosa que Ud. debiera hacer es numerar los vol[úmene]s.
de la colección y los que publique ponerles nº
en el lomo. En el lomo debería de poner también
el nombre del autor y el título. Es molesto tener
que buscar un libro en la biblioteca teniendo que sacar
todos los de la colección para encontrarle. Lo del
nº puede incitar a las gentes a completar la colección
cuando ya se tienen bastantes tomos. -Conforme y reconocido
por lo de hacer figurar mi nombre en las solapas de los
tomos como distribuidor
El intento de sacar a la venta en librerías la colección
se reveló pronto un fracaso. Sánchez Cuesta,
que enviaba los cuadernos a librerías de provincias
cuando Celaya le proporcionaba nuevos títulos, pronto
se convenció, pese a su tenacidad, de que era trabajo
perdido: los paquetes llegaron devueltos en su mayor parte;
o peor aún, le contó al poeta el 27 de julio
de 1948, abundando en argumentos que ya le expuso en la
carta del 24 de marzo: "vienen en muchos casos como
rehusados, lo que quiere decir: no les interesa ni verlos".
El 17 de julio de 1948, Sánchez Cuesta comunicó
al poeta su decisión respecto a la tarea propuesta
y ensayada:
La experiencia de venta en librerías [...]
me ha decepcionado en tal forma que renuncio a continuar
más adelante la prueba. [...] Esto, me ha
dejado tan triste que me ha llevado a la resolución
que le comunico: no quiero volver a repetir la experiencia.
No tengo inconveniente en ser depositario de ediciones de
poesía, que Ud. me remita sus libros y que haga saber
pueden encontrarlos en mi casa en condiciones de distribuidor,
pero no a repartirlos.
El librero se prestó a repartir los cuadernos de
Norte por las librerías de Madrid y a servirlos a
las de provincias que los solicitaran, pero por lo demás
determinó que se conformaría con la venta
directa por correo: "ya que nos fallan los libreros",
le escribió el 27 de abril de 1948, recurriría
a su fichero, con el que pretendía establecer "el
censo de las personas que en España se interesan
por libros de poesía", según le había
contado el 24 de marzo.
Pronto se hizo evidente, pues, que en el sumidero de miserias
que era la España de la dictadura en aquellos finales
de los cuarenta, el proyecto de convertir Norte en una editora
de libros con precio de venta al público era una
quimera. Celaya siguió apoyándose en su lista
de suscriptores, a los que procuraba al menos la ventaja
de recibir los libros antes que los compradores y a un precio
menor. En carta del 31 de julio de 1949, le explicó
a Crémer: "El precio de venta en Librería
[de La espada y la pared de Crémer] es 10 pts. y
te ruego que seas riguroso en esto, aunque a los suscriptores
damos el cuaderno por 8 pts. Hay que conservar esta diferencia.
Es lo menos que uno debe a los suscriptores fieles".
Pero no cejó por un tiempo en sus intentos de dar
alguna salida comercial a los libritos de Norte. A consideraciones
de ese orden se debió, al menos en parte, la edición
del Cancionero de la Alcarria de Cela a finales de
1948. Celaya planeó una tirada "mucho mayor"
de este volumen de un escritor conocido, al que otorgaba
"cierta importancia publicitaria" y que pensaba
podía impulsar las ventas de los otros cuadernos
de la colección: "En una palabra, he proyectado
este cuaderno -a diferencia de los demás- como colocable
en librerías", confesó el 26 de julio
de ese año a Sánchez Cuesta.
Desde que concibió la idea de buscar la venta de
sus cuadernos en librerías, Celaya siempre tuvo presente,
según le escribió a Sánchez Cuesta
el 29 de abril de 1948, la necesidad de combinar en ellos
"los nombres que suenan" de los autores conocidos
y que imaginaba comercialmente más interesantes y
"los jóvenes innominados en los que apunta una
verdadera calidad", entre los que probablemente se
sentía incluido. Lo movía a ello la ambición
lógica de asentar con cierta solidez la colección,
pero también proyectos de más largo alcance,
de los que ésta era simplemente una metáfora
o, acaso, un ensayo. En julio de 1951 le confesó
a Sánchez Cuesta, al que había llegado entretanto
a apreciar como amigo y simpatizante de su empeño,
además de depositario y distribuidor, que sus planes
incluían entonces cambios de situación significativos.
El 7 de ese mes le escribió:
Siempre estoy proyectando ir a Madrid; pero siempre
tropiezo con pegas. Lo que en realidad me gustaría
es ir a vivir definitivamente a Madrid, dejando mi actual
negocio industrial y aplicando mis posibilidades económicas
a algún negocio de tipo editorial o librero.
Y unos días después, el 20, insistió
en la misma idea: "La vida en San Sebastián,
empieza a hacérseme insoportable, y aunque mis asuntos
van francamente bien, en lo económico, siento la
necesidad de buscar otros caminos".
A la luz de estas confidencias, Norte se perfila como algo
más que un intento ilusionado de renovada dedicación
a la poesía. Era quizá un primer acercamiento
práctico a otro campo profesional más acorde
con su vocación íntima y que le permitiría
reanudar una existencia significativa con Amparitxu. Sánchez
Cuesta se apresuró a señalarle los riesgos
de esa operación de "cambio de rumbo";
aun ignorando la marcha de sus asuntos profesionales, le
advirtió: "Habrá que pensar bien las
cosas". Y se ofreció "para asesorarle en
los negocios editoriales o libreros" (12 de julio de
1951). Pero Celaya ya tenía bien presentes los obstáculos
que encontraría para realizar su sueño, pues
a Norte se le habían acumulado las complicaciones
financieras. El 3 de diciembre de 1950, le contó
a Victoriano Crémer las dificultades que estaba encontrando
para seguir adelante con la colección:
Mi imprenta -"Gráfica Editora"- quebró,
y la que hoy me trabaja me cobra unos precios astronómicos.
Hoy, los cuadernos tienen un coste doble del que tenían
cuando empecé -doble sin exageraciones- y los suscriptores,
aunque han aumentado, no llegan ni para cubrir el costo.
No obstante, sigo adelante, unas veces por milagro, y otras
con sacrificio económico. Pero he perdido un poco
de mi hermosa independencia.
Celaya comenzaba a medir con más precisión
las trabas de toda índole con que habría de
topar si se decidía a romper del todo con el mundo
en que aún habitaba como Rafael Múgica. Sin
duda, estar cierto de que no podría sobrevivir fácilmente
si prescindía de ingresos regulares retrasó
el salto definitivo, que no se produjo hasta 1956, cuando
abandonó su puesto de ingeniero y su ciudad para
trasladarse al fin con Amparitxu a un Madrid en el que situaba
entonces sus ilusiones de una vida más auténtica.
Entretanto, el mayor coste de producción de sus cuadernos
debió de ser uno de los factores que determinaron
el enrarecimiento progresivo de su publicación.
La marcha económica de Norte fue habitualmente
titubeante. Dependía del dinero que Rafael Múgica,
el ingeniero, podía distraer para sostener la vocación
y la existencia misma de Gabriel Celaya, el poeta. Por lo
general, la imprenta se llevaba la mayor parte de los gastos,
pues Celaya no tenía previsto pagar en metálico
a los autores. Sin embargo, hizo excepciones, a las que
le movió algo parecido al cálculo empresarial.
A Crémer, que le reclamaba algún pago, le
ofreció 150 pesetas, explicándole que Norte
pagaba poco y sólo "a poetas que, aparte de
su valor, están ya consagrados (por ejemplo, Gerardo
Diego)", a quien esperaba publicar por entonces (14
de mayo de 1948). Años después recordó
que a Cela "le pagamos trescientas pesetas por su Cancionero
de la Alcarria", libro en el que, como he señalado,
confiaba para relanzar las ventas 6. Pero todas esas apuestas
por dotar a la colección de prestigio y, con éste,
de perspectivas comerciales tropezaron con la obstinada
realidad de la sociedad española de aquellos años,
que, más que nunca, tornaba inviable aquel intento
de hacer de su vocación un oficio.
Con todo, a la postre, recordó Amparitxu, "conseguimos
defendernos económicamente" 7. Y Celaya afirmó
que Norte fue "una cosa muy modesta y no nos costó
una perra. Incluso ganamos dinero". Quizá recordaba
al decirlo la liquidación definitiva que Sánchez
Cuesta le hizo de la venta de sus cuadernos, que, en julio
de 1951, cuando retiró el depósito, dio un
saldo favorable de 700 pesetas y 20 céntimos. Sánchez
Cuesta le envió el cheque con su carta del 12 de
julio de 1951. Según la liquidación, que el
librero dató el 30 de junio de 1951, las ventas de
los cuadernos que él había tenido en depósito
se desgranaban así: "18 Crémer, 5 Múgica,
4 Celaya, 5 Rilke, 4 Blake, 7 Leceta, 7 Luis, 5 Rimbaud,
4 Molina, 13 Bleiberg, 4 Vasto y 16 Cela". Esta liquidación
la efectuaba a partir de las existencias de que dispuso
en depósito desde el 21 de julio de 1949, es decir
que eran el producto de las ventas a lo largo de dos años.
Ese dinero, a juzgar por las cantidades anotadas en los
casos en que hubo pago en metálico a los autores,
apenas debió de cubrir ese capítulo de gastos.
Pero para completar el balance en términos estrictamente
económicos habría que añadir las aportaciones
de los suscriptores, que debieron de cubrir los gastos o
poco menos. Sin embargo, no parece, pese al recuerdo de
sus dos gestores y a falta de mayores precisiones contables,
que Norte resultara una empresa muy rentable. Sus rendimientos
radicaban, obviamente, en otros terrenos distintos al monetario.
El primer y principal beneficio de Norte fue sacar a la
luz pública los poemas que Celaya había ido
escribiendo, lo que supuso "para él una curación",
en palabras de su compañera. La impresión
de escritura torrencial y dispersa que al respecto deja
su primer año de actividad editorial deriva más
que de la cantidad de versos que editó, que no es
desmesurada para un periodo de escritura callada de varios
años, de la suma de obra original y traducciones,
y del empleo sucesivo, en aquella, de sus tres heterónimos.
En el uso de éstos quizá contó también
el deseo de disimular el hecho clamoroso de que Norte fue,
al menos por un año, la editora de un solo autor.
En su correspondencia con los posibles suscriptores o con
los demás miembros de la comunidad literaria durante
ese primer tramo de la andadura de Norte, Celaya cuidaba
de ocultar la identidad absoluta entre quienes firmaban
las obras y el editor que las publicaba. Con cierta frecuencia,
por ejemplo, envió a modo de obsequio ejemplares
de Tentativas (1946) presentándolos como obra de
"nuestro colaborador Gabriel Celaya".
Esa pluralidad de voces en que descompuso su retorno a
la imprenta no era del todo nueva para él. Derivaba,
por un lado, de las vías expresivas diversas que
exploraba desde que se inició en la poesía.
En un "Preludio a mi Poética del 29-30",
que dató el 1 de mayo de 1930 e incluyó luego
en la colección encuadernada de sus manuscritos juveniles,
que tituló nada menos O.C.R.M. 1929-1930,
es decir, Obras Completas de Rafael Múgica
(págs. 25-31), el aprendiz de poeta anotó
ya acerca de los versos que había compuesto ese año
una reflexión que volvería a hacer suya a
menudo en fechas posteriores: "carezco de un estilo
personal y por cien mil millonésima vez en mi vida
poética, me propongo hallar de una vez por todas
la fórmula de mi poesía" (pág.
30). El joven Rafael Múgica no lo consiguió,
claro, y no lo lograría de modo más definitivo
su sucesor, Gabriel Celaya. Por fortuna para los lectores
de poesía, porque esa incertidumbre acerca de la
propia voz, hecha en buena parte de insatisfacción
íntima del poeta con lo logrado, lo azuzó
siempre a nuevas experiencias y a esa abundancia de publicaciones
que señala el arranque de Norte y su trabajo poético
en los años inmediatos. En una carta a Crémer
del 20 de diciembre de 1949, Celaya le escribió acerca
de su última publicación, el poemario Se
parece al amor:
No me atrevo a preguntarte la impresión que te
ha producido "Se parece al amor". Tengo la preocupación
de que todo el mundo haya empezado a hartarse de mí.
Así que estoy haciendo voto de silencio. ¿Lo
conseguiré? ¡Me tienta tan fácil la
ocasión de publicar nuevas cosas! Es como si tratara
de tapar unas con otras, precisamente porque no estoy contento
con ninguna.
Pero además, por otro lado, intervenía en
esa pluralidad la postura poética en que sustentaba
la última obra que había compuesto cuando
puso en pie Norte, Tranquilamente hablando, que firmó
como Juan de Leceta. La argumenta el segundo poema del libro,
"Mi intención es sencilla (difícil)",
que se subleva contra los poetas "tan retóricos,
sabios, / tan poéticos, falsos", contraponiéndoles
el modelo de Bécquer, "tan directo, vivo".
Sus dos últimas estrofas son elocuentes:
Tengo compañeros que escriben poemas buenos
y otros que se callan o maldicen sin tino;
pero todos me aburren (aunque los admiro),
y todos me ocultan lo único que importa
(ellos, estupendos
cuando se emborrachan y hablan sin medida).
Yo que me embriago sin haber bebido,
yo que me repudro y, tontamente, muero,
no puedo callarme,
no puedo aguantarlo,
digo lo que quiero, y
sé que con decirlo sencillamente acierto 8.
Ya al embarcarse en la incierta travesía de lo que
iba a ser Norte, Celaya consideraba estupenda, por expresiva,
la locuacidad viva y sin medida del poeta ebrio de su palabra.
En adelante, siempre fue un versificador abundante, con
mucho de Juan de Leceta en cualquiera de sus voces, siempre
escribió sin descanso, publicó mucho y sustentó
su creación en las probaturas acumuladas. Al regresar
a la imprenta con Norte cedió sin remordimiento al
impulso de publicar simultáneamente varias. "El
hombre es pequeño para el ansia que siente",
repite uno de los poemas que dio a conocer entonces, "Ansia",
de La soledad cerrada (págs. 67-69). A Celaya,
entregado de nuevo a su ansiosa vocación de poeta,
todas las opciones de difundir los intentos diversos que
constituían su obra le parecían pequeñas.
Con ello, tan sólo adelantaba lo que sería
su postura siempre. En la "Nota" previa que escribió
en 1962 para la edición de su Poesía (1934-1961),
afirmó expresamente que con esa edición conjunta
aspiraba a "defender su complejidad" contra las
visiones simplistas, y que si quizá en cada nuevo
poema latían los escritos años atrás,
las "poéticas" con que los justificaba
eran por demás diversas:
¿Qué puede haber de común entre
la poesía concebida como una exploración de
lo desconocido, según la entendía en los años
de La soledad cerrada, la poesía como un fin en sí
de Objetos poéticos, la poesía como un retorno
a los orígenes de Movimientos elementales, la poesía
confesional y coloquial de Tranquilamente hablando o la
poesía concebida como un "instrumento para transformar
el mundo"?
[Celaya, G., 1962, pág. 8.]
Abrió la andadura de Norte, lógicamente,
un título firmado con el nombre que ya había
figurado en la portada de Tentativas y que habría
de ser en adelante el que identificaría el conjunto
de su obra: Movimientos elementales, de Gabriel Celaya,
escrito en 1942-1943. Lo siguió La soledad cerrada,
publicado con su nombre civil de Rafael Múgica, con
el que lo había presentado al premio del Lyceum Club
en 1936. Usar ahora el nombre que lo identificaba ante su
sociedad fue en parte un gesto de desacato contra los prejuicios,
pero también un puente tendido hasta su escritura
de antes de la guerra y un reconocimiento a lo creado entonces,
sólo fuera para darlo por superado. El 22 de abril
de 1948, Celaya le explicó a Crémer su uso
de este heterónimo, del que pensaba entonces despedirse
de modo definitivo:
Hace mucho que debía haber aclarado contigo
quién es Rafael Múgica. Pero le odio. Rafael
Múgica es un ingeniero industrial que hasta hace
poco primaba sobre Gabriel Celaya. Cierto que ha publicado
un libro de poesía. Estaba obligado a ello porque
su libro obtuvo un premio pero Rafael Múgica no publicará
más libros.
Tiene en su cajón un buen montón de poemas
pero todos son anteriores a 1936. Después de ese
año, el único que escribe es Gabriel Celaya
9.
Culminó, en fin, sus aportaciones de originales
al catálogo de Norte con Tranquilamente hablando
(1945-1946), de Juan de Leceta. En "Historia de mis
libros" había de recordar que, por aquel año
1947, le "parecía que apear el lenguaje, hablar
de lo que todo el mundo habla en la calle, y emplear, si
era necesario, un sorpresivo lenguaje directo, prosaico,
y conversacional podría salvar la poesía del
aislamiento en que estaba quedando con su irse por las nubes"
(págs. 22-23). Y en Poesía y verdad explicó
que ese "lenguaje liso y llano" no brotaba tanto
del deseo de facilitar la comunicación como del de
recuperar la emoción estética perdida:
después del metapoético surrealismo y
el superferolítico garcilasismo, me sonaba a impresionantemente
novedoso, y de un modo sólo aparentemente paradójico,
me daba el choque poético y la indispensable sorpresa
que ya no encontraba en ninguna metáfora, por muy
atrevida o muy sabia que fuera [pág. 28].
El lenguaje de Leceta resultó lo bastante chocante
como para suscitar reacciones críticas y dar lugar
a cierta polémica 10. Este relativo escándalo
contribuyó en parte a que Celaya lograra pronto,
gracias a Norte, afincar entre los frecuentadores de la
poesía una notoriedad que le permitió no volver
a publicar versos en su propia colección. Tras la
avalancha de títulos de 1947 en Norte, los años
inmediatos vieron la edición en otros lugares de
los poemarios Objetos poéticos (1948), El
principio sin fin, Se parece al amor y Las
cosas como son (1949), Las cartas boca arriba
(1951), Lo demás es silencio (1952), Paz
y concierto (1953) y Cantos iberos (1955); del
relato Lázaro calla (1949); de su traducción
de Quince poemas, de Eluard (1954), y de dos poemarios
compuestos en colaboración con Amparo Gastón:
Ciento volando (1953) y Coser y cantar (1955).11
Todo ello mientras aún seguía editando sus
cuadernos. A juzgar por esta profusión de títulos,
a los que se suma la colaboración frecuente en revistas
y periódicos, no cabe duda de que Celaya había
conseguido cierta consideración como poeta para cuando
decidió poner punto final a Norte, a su profesión
de ingeniero y a su vecindad en San Sebastián. Claro
que casi todas estas publicaciones se produjeron en editoriales
periféricas geográficamente y de dimensiones
modestas, que dibujaban un mapa de la producción
editorial española paralelo al oficial.
Norte había servido en realidad como foco de relaciones
con muchos de los responsables de revistas o editoriales
que conformarían en los años inmediatos los
núcleos de la expresión poética al
margen de la dictadura y contra ella. Celaya publicó
en su colección poemarios de Ricardo Molina, fundador
en Córdoba de la revista Cántico, Victoriano
Crémer, de Espadaña en León,
y Miguel Labordeta, que había de animar la aparición
de Orejudín en Zaragoza; y tradujeron para
Norte Ricardo Juan Blasco, director de la valenciana Corcel,
que hizo la versión de Lanza del Vasto, y Ramón
González-Alegre, que editó Alba en
Vigo y tradujo a Luzi y Sereni. La publicación de
cada cuaderno dio lugar, por tanto, a definir o fortalecer
relaciones con los participantes más activos de la
poesía española independiente de aquellos
días.
Esta red de relaciones literarias y amistosas formaba
parte de los presupuestos de Norte. "Lo que nosotros
queríamos -recordó Celaya en "Historia
de mis libros"- era romper un cerco: el estúpido
cerco de la "poesía oficial"" (pág.
22). A ese deseo respondía también la perspectiva
desde la que compuso, en 1948, su artículo "Veinte
años de poesía", donde pintó la
actualidad poética como una "franca y saludable
reacción contra el decir bonito y vacío del
garcilasismo" (Celaya, G., 1948). En una carta a Crémer
del mismo año le escribió acerca de las proximidades
entre Espadaña y Norte:
Tengo la impresión de que Vds. y nosotros coincidimos
en que estamos en la acera de enfrente de lo que fue "Garcilaso"
y que, quizás por eso, nos entendemos por debajo
(o por encima) del valor particular de cada poema o grupo
de poemas [26 de febrero de 1948].
Frente a aquella poesía embalsamada en una palabrería
que sólo aspiraba a la belleza porque no se atrevía
a otra cosa, Celaya buscó en Norte y en el mundo
literario que su colección le procuró una
expresión viva que le hiciera sentirse de nuevo existir.
Como escribió en su "Carta abierta a Victoriano
Crémer": "La realidad es maravillosa aunque
sea impura, brutal y hasta sucia. La recojo, pues, para
hacerla mía. La recojo en el ancho "sí"
que quiero dar a la vida entera" (Celaya, G., 1949).
Como ha señalado Amparo Gastón en su "Prólogo"
a la antología Poesía, hoy de Celaya,
el éxito de Norte consistió en buena medida
en acercar al poeta a sus iguales, al medio en que podría
vivir: "al tomar contacto con los grupos poéticos
de otras provincias, se sintió a salvo de la asfixia
de sentirse solo y de la falsa vida burguesa en que estaba
a punto de encenagarse" (pág. 14). Con Amparitxu
y con Norte, Celaya volvió a la poesía como
quien nace a la "difícil y sabrosa realidad",
tras una década de incubación o de convalecencia.
Su poesía, por consiguiente, no podía ser
otra cosa que una transposición de ese saberse vivo
al que regresaba. Y su perfil primero de poeta, el de aquella
voz desencadenada y acaso disonante de quien boqueaba al
fin al aire libre de su vocación reencontrada.
Juan Manuel Díaz
de Guereñu

Bibliografía
Celaya, G. (1946): Tentativas. Adán,
Madrid.
- (1948): "Veinte años de poesía",
Egan, n.º 2, San Sebastián, pág.
31. Recogido en Celaya, G.: Poesía y verdad
(1979), págs. 16-22.
- (1949): "Carta abierta a Victoriano Crémer",
Espadaña, n.º 39, León, 1949. Recogido
en Celaya, G.: Poesía y verdad (1979), pág.
32.
- (1962): Poesía (1934-1961). Giner, Madrid.
- (1975): "Historia de mis libros", en Itinerario
poético. Cátedra, Madrid, págs.
13-31.
- (1975): La higa de Arbigorriya. Visor, Madrid.
- (1979): Poesía y verdad, 2.ª edición.
Planeta, Barcelona.
- (1997): Poesías completas, tomo I. Laia,
Barcelona.
Chicharro, A. (1989): La teoría y crítica
literaria de Gabriel Celaya. Universidad de Granada,
Granada.
Esteban, J. (1995): "Gabriel Celaya, editor",
en Félix Maraña (Ed.): Encuentro con Gabriel
Celaya. Noción y memoria de poeta (1911-1991).
Universidad del País Vasco, págs. 107-116.
Gastón, A. (1981): "Prólogo" a Gabriel
Celaya: Poesía, hoy. Espasa-Calpe, Madrid.
Leceta, J. de, (1999): Tranquilamente hablando, pág.
10. Edición facsímil de los tres poemarios
de Celaya en Norte, junto con Marea del silencio.
Diputación Foral de Guipúzcoa, San Sebastián.
López de Abiada, J. M. (1994): "Amarrado al
duro tópico: la presencia de Gabriel Celaya en antologías
memorables de poesía española, 1946-1989",
en José Ángel Ascunce (Ed.): Gabriel Celaya:
contexto, ética y estética. Universidad
de Deusto, San Sebastián, pág. 82.
Luis, L. de (1994): "La colección de poesía
Norte (crónica y recuerdo)", en José
Ángel Ascunce (Ed.): Gabriel Celaya: contexto,
ética y estética. Universidad de Deusto,
San Sebastián, págs. 31-41.
Maraña, F. (1994): "Celaya, introductor de poetas",
en José Ángel Ascunce (Ed.): Gabriel Celaya:
contexto, ética y estética. Universidad
de Deusto, San Sebastián, págs. 43-49.
Vicent, M. (1981): "Gabriel Celaya como ingeniero sentimental",
El País, 21 de noviembre, pág. 12.

Notas:
1 Una primera
versión de este trabajo se presentó como ponencia,
con el título "Gabriel Celaya y Norte",
en el simposio La poesía es un arma cargada de
futuro. X aniversario de la muerte de Gabriel Celaya,
organizado por Koldo Mitxelena Kulturunea (Diputación
Foral de Gipúzcoa) y la Universidad de Deusto en
San Sebastián, del 4 al 6 de abril de 2001.
2 Se han ocupado
de Norte, entre otros: Leopoldo de Luis (1994, págs.
31-41), Félix Maraña (1994, págs. 43-49)
y José Esteban (1995, págs. 107-116).
3 "A Amparo
la saqué de su trabajo y la puse de secretaria [...]
le daba un sueldo ficticio para que se justificara en casa,
porque su padre era muy chinche". Declaraciones de
Celaya en Manuel Vicent: "Gabriel Celaya como ingeniero
sentimental" (1981, pág. 12). Las cita José
Manuel López de Abiada (1994, pág. 82.)
4 Se lo cuenta
Celaya a Guillermo Carnero en carta no datada que cita Félix
Maraña (1994, pág. 47).
5 Los artículos
que compusieron la discusión son: W. Noriega: "Poetas
y poesía", La Voz de España, 14
de diciembre de 1947; Gabriel Celaya: "Sobre poetas
y poesía (Carta abierta a W. Noriega)", La
Voz de España, 16 de diciembre de 1947; Francisco
Candela Mas: "En torno a la poesía", La
Voz de España, 18 de diciembre de 1947; W. Noriega:
"Más sobre poetas y poesía",
La Voz de España, 19 de diciembre de 1947, y
Gabriel Celaya: "Defensa de nuestros poetas",
La Voz de España, 26 de diciembre de 1947.
Antonio Chicharro ha analizado la polémica en La
teoría y crítica literaria de Gabriel Celaya
(1989), págs. 21-27.
6 Declaraciones
ya citadas de Celaya en Vicent, M. (1981).. Vuelvo a citarlas
a continuación.
7 Gastón,
A. (1981), pág. 14. Cito de nuevo estos recuerdos
a continuación.
8 Juan de Leceta:
Tranquilamente hablando, pág. 10. Sigo la
edición facsímil (1999).
9 Celaya no
cumplió del todo estas intenciones, pues en la segunda
edición de sus Poesías completas (1977,
tomo I, págs. 153-186) incluyó una sección
de "Poemas de Rafael Múgica" datados antes
de la guerra .
10 Dan cuenta
de ella el propio poeta, en un capítulo de Poesía
y verdad (1979), págs. 27-35, y Antonio Chicharro,
en La teoría y crítica literaria de Gabriel
Celaya (1989), págs. 39-56.
11 Los datos
de las respectivas ediciones son: Objetos poéticos.
Halcón, Valladolid, 1948; El principio sin fin.
Cántico, Córdoba, 1949; Se parece al amor.
El Arca Cerrada, Las Palmas, 1949; Las cosas como son.
La Isla de los Ratones, Santander, 1949; Las cartas boca
arriba. Adonais, Madrid, 1951; Lo demás es
silencio. Jorge Furets Editor, Barcelona, 1952; Paz
y concierto. El Pájaro de Paja, Madrid, 1953;
Cantos iberos. Verbo, Alicante, 1955; Lázaro
calla. S.G.E.L., Madrid, 1949; Paul Eluard: Quince
poemas, traducción de Gabriel Celaya. Doña
Endrina, Guadalajara, 1954; Gabriel Celaya y Amparo Gastón:
Ciento volando. Neblí, Madrid, 1953, y Coser
y cantar. Doña Endrina, Guadalajara, 1955.
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