BUCEANDO
EN LAS MATEMÁTICAS
aseamos
sobre las rocas en una cala de Almería. El mar está
tranquilo y transparente, y podemos vislumbrar en su fondo
arrecifes de corales y bosques de algas. Atraídos
por su belleza y desando ver más, nos metemos en
el agua. ¡Qué desilusión! Una vez bajo
la superficie, no vemos más que manchas borrosas
y sombras. Pero si nos ponemos unas gafas de bucear, entonces
nuestros ojos pueden funcionar más allá de
sus límites naturales, y el mundo bajo el agua se
vuelve nítido y mucho más bello aún
de lo que nos parecía desde fuera. Algo parecido
ocurre con las matemáticas: o se ven o no se ven,
y para verlas se necesitan lentes mentales especiales y
entrenamiento en mirar a través de ellas. Pero si
son muchos los que, seducidos por las maravillas que se
adivinan bajo la superficie de las aguas o por las excelentes
fotografías de fondos marinos, se animan a hacerse
con unas gafas de bucear, son muy pocos los que tienen la
suerte de que un buen maestro o un buen amigo los lleve
a la orilla adecuada desde la que poder disfrutar con los
tesoros que el océano matemático esconde en
sus aguas, y muchos menos los que tiene la ocasión
y la paciencia para construirse unas gafas adecuadas con
las que bucear entre ellos. Estas son, probablemente, las
dos dificultades mayores con las que nos enfrentamos quienes
nos dedicamos a la transmisión de las matemáticas.
La primera es que, para poder ver los fondos matemáticos,
no todas las orillas valen: hay que conocer los lugares
desde donde mirar; y la segunda, que nadie vende las gafas
adecuadas para sumergirse en ellos; cada cual ha de construirse
a medida las suyas propias.
Durante los años de bachillerato, las clases de
matemáticas de Pilar Cela dibujaron en mi mente bocetos
y formas de hermosas construcciones de álgebra y
geometría que me hicieron disfrutar enormemente.
Al llegar a la universidad, y sin pensármelo dos
veces, me tiré de cabeza en las aguas matemáticas
del siglo XX. ¡Menudo chasco me llevé! Pasaba
horas en la biblioteca de la facultad intentando descifrar
libros y artículos sin ningún éxito;
no entendía nada de nada. Me costó tiempo
caer en la cuenta de que me había metido en un océano
abstracto y que necesitaba hacerme con unas lentes mentales
apropiadas si quería ver en él. Aún
más tiempo me llevó comprender que las matemáticas
del bachillerato me habían entrenado para mirar y
pensar llevando puestas como gafas estructuras matemáticas
desarrolladas no después del siglo XVIII, y que estas
lentes no sólo no me servían ante las matemáticas
más recientes, sino que con frecuencia me cegaban
(lo mismo, por cierto, les ocurre a los alumnos de hoy).
En aquellos años lo que no encontraba en libros se
lo preguntaba a mis amigos, y el único amigo a quien
interesaron entonces mis preguntas y reflexiones sobre las
distintas gafas mentales, José Luis Alexanco, resultó
ser pintor. Las conversaciones con José me llevaron,
de manera casi automática, a buscar en el arte imágenes
con las que ilustrar mis reflexiones y preguntas, y lo que
comenzó como búsqueda de un lenguaje común
con un amigo se fue convirtiendo con el tiempo en una herramienta
valiosa para comprender las estructuras matemáticas
contemporáneas. Así, a lo largo de los años
y desde mis primeros esfuerzos como estudiante, cuadros,
esculturas y piezas artísticas de todo tipo (conceptuales
incluidas), me han servido frecuentemente como referencia
para ilustrarme a mí misma los nuevos conceptos matemáticos
que con que me he ido encarando.
Durante el curso académico 1995-1996, yo debía
explicar a un grupo de alumnos de tercero de la Facultad
de Matemáticas de la Universidad Complutense de Madrid
lo que son las estructuras algebraicas, cómo se construyen,
para qué sirven y algunos de los ejemplos más
sencillos, como los grupos y los anillos. Llevaba varios
meses intentándolo sin éxito y por primera
vez desde que empezara a dar clase en la universidad me
hallaba totalmente atascada. Claramente, no estaba siendo
capaz de transmitir a través de las palabras o la
pizarra las imágenes que tenía en la cabeza.
Necesitaba encontrar otro punto de vista, otra orilla desde
la que señalar a mis alumnos lo que quería
que viesen. Durante las vacaciones de Navidad de aquel año
fui a visitar a una hermana a Nueva York. Vivíamos
en la esquina de West Park Avenue con la calle 94; yo iba
caminando todas las mañanas hasta el Museo de Ciencias,
en el lado oeste de Central Park, y mientras andaba reflexionaba
sobre cómo resolver el evidente problema de comunicación
que tenía con mis alumnos de Madrid. Una noche, una
tormenta de nieve cayó sobre la ciudad, y al día
siguiente el Ayuntamiento canceló todos los autobuses
y líneas de metro. Bajé por la calle Amsterdam,
fascinada por las luces y las formas. Parecía como
si estuviésemos flotando sobre una nube y viviendo
en un mundo de ensueño sin líneas rectas;
todas las referencias usuales habían desaparecido.
Tal era la fascinación que la falta de rectas ejercía
sobre mí que me olvidé por completo del Museo
de Ciencias y seguí caminando sin prestar atención
a la dirección en que lo hacía. En algún
momento me encontré frente al Museo de Arte Moderno,
y escuché la voz de un hombre que detrás de
mí explicaba: "La entrada al museo es gratis
hoy debido a la nieve". Entré, y seguí
a un grupo de adolescentes, que me llevaron hasta una exposición
antológica de Mondrian.
La exposición comenzaba con sus series de árboles.
En el primer cuadro, dibujado en 1908 con témpera
azul y negra sobre cartón, se reconocía con
facilidad uno de esos árboles que se levantan solitarios
en mitad de un campo de cultivo. En los últimos,
de 1913, sólo aparecían un montón de
trazos negros horizontales y verticales, con alguna mancha
de color ocre y alguna curva aquí y allá.
Quedé como petrificada en mitad de la sala. El proceso
que reflejaban los cuadros que tenía ante mis ojos
ilustraba con precisión el que yo llevaba meses intentando
describir a mis alumnos. Estaba segura de que si pudiese
llevarlos hasta allí lo entenderían inmediatamente.
Saqué del bolso el cuaderno y los lapiceros y me
puse a dibujar los cuadros. Ya que no podía llevar
a mis alumnos hasta Mondrian, llevaría a Mondrian
hasta mis alumnos (figs. 1, 2, 3).
Mientras dibujaba iba contándome a mí misma,
y de paso a unos alumnos imaginarios, lo que estaba viendo:
"Mondrian busca hacer abstracción de todo lo
que no es la estructura interna del árbol, ignorar
las hojas, los colores, la estación del año...
Nada de eso aparece descrito en los últimos lienzos,
en los que sólo nos muestra el esqueleto de líneas
que subyace a un árbol y que describe las relaciones
de proporción entre las ramas y su dirección".
Con la certidumbre de saberme ante la solución a
mi problema, seguí caminando por la exposición.
Unas salas más adelante encontré la misma
búsqueda del esqueleto en las series sobre fachadas
y malecones. Continué hablándome a mí
misma: "Siguiendo un proceso en esencia análogo
al de los matemáticos en su búsqueda de estructuras,
Mondrian sólo presta atención a lo que es
permanente; quiere extraer lo que es general, universal,
de entre lo que es particular. Entre la confusa multiplicidad
de formas que el ojo percibe (en un árbol o una fachada
de iglesia, por ejemplo), elige unas cuantas líneas
como guía. Este proceso lo lleva gradualmente a la
posición extrema de mantener como único contenido
formal del cuadro una cuantas líneas verticales y
horizontales. Deja detrás cualquier referencia que
permita al observador identificar lo que ve con algo que
conoce. Busca lo inmutable".
Salí del museo y seguí caminando. Mondrian
me serviría para ilustrar en qué consiste
la búsqueda de las estructuras que caracterizan a
los distintos objetos, pero, ¿cómo hacer ver
que son necesarias? Por supuesto, una vez construidas basta
con utilizarlas para darse cuenta de su utilidad, pero desarrollar
algunas de las estructuras matemáticas que tenía
in mente iba a requerir de muchas horas de trabajo
por parte de mis alumnos, un trabajo difícil que
les resultaría mucho más llevadero si tuviesen
alguna idea, por intuitiva que fuese, de qué andaban
construyendo.
Mientras daba vueltas en la cabeza a estas cuestiones miraba
a mi alrededor. Tras varias horas de sol, la nieve había
comenzado a derretirse, y entre las suaves superficies blancas
empezaban a emerger, a veces con apariencia de andamios,
a veces con aspecto de esqueletos, las esquinas de los edificios.
Yo buscaba cómo explicar a mis alumnos la estructura
que, formada por rectas, nos ayuda a identificar y estudiar
ciertas curvas. De nuevo tenía ante mis ojos una
ilustración del proceso. Lo paradójico de
la situación me hizo sonreír: gracias a la
nieve, la manera de explicarles cómo mirar la estructura
que subyace a algunas curvas se me estaba ocurriendo en
una ciudad cuyos edificios trazan una línea que combina
casi exclusivamente segmentos rectilíneos. Volví
a imaginarme ante mis alumnos: "Si intentamos trepar
por una, cúpula nos resbalamos. Necesitamos construir
un andamio, peldaños en los que apoyar de manera
segura los pies. Necesitamos de una estructura que nos sustente".
La búsqueda de estructuras con las que describir
y estudiar objetos que en un primer momento nos aparecen
como inmanejables es una de las actividades que caracteriza
a la matemática el siglo XX. La construcción
de estas estructuras requiere lo que llamamos un proceso
de abstracción, entendiendo por abstracción
distinguir entre lo que es particular (esta cabeza) y lo
que es general (cabezas). Si llevamos esta definición
a la pintura, serán cuadros abstractos los de Cézanne
o Mondrian. Cézanne se encara con una montaña,
por ejemplo, y aspira a representar aquello que nos hace
reconocer la montaña como tal, independientemente
de si la montaña está cubierta de árboles,
piedras o nieve, o desnuda. Hace abstracción de lo
concreto en la montaña que mira y dibuja la estructura
externa, el volumen o contorno que nos permite reconocer
el objeto universal "montaña". La estrategia
seguida por Mondrian para llevar a cabo el mismo proceso
-la identificación de una estructura que permita
prescindir de lo concreto en un objeto y quedarnos con lo
que es inmutable en él, lo que caracteriza a todos
los objetos de su misma naturaleza- es la opuesta. Toma
un árbol, por ejemplo, e ignora todo en él
salvo las líneas dibujadas por sus ramas, el esqueleto
cuyas proporciones y direcciones nos permiten reconocer
que estamos ante la estructura interna de un árbol.
Cézanne dibuja volúmenes, andamios; Mondrian,
esqueletos.
Como en el caso de la pintura, el proceso de abstracción
en matemáticas supone la construcción de estructuras
asociadas a los objetos concretos, estructuras que nos permiten
describir lo universal en estos objetos, eso que es característico
no de cada uno de ellos en particular, sino de todos los
objetos de su misma especie. Hay muchos tipos de estructuras
matemáticas, y en un primer acercamiento, podríamos
clasificarlas, como en el caso de la pintura, en dos grupos:
externas e internas. Las estructuras externas son andamios
que nos permiten percibir un objeto en toda su extensión,
de manera que podamos compararlo con otros y decidir "de
un vistazo" si son o no de la misma naturaleza. Las
estructuras internas son los esqueletos que subyacen y caracterizan
a los objetos, y nos permiten identificarlos y aritmetizarlos,
es decir, medir en ellos.
Una de las estructuras matemáticas más hermosas
es la que se construye a partir de un enlosetado. Se trata
de una especie de andamio externo reconocible a primera
vista. Pensemos en los cuadros de Cézanne. Es fácil,
al mirarlos, darse cuenta de que esas líneas negras,
gruesas y discontinuas que hay frente a nosotros representan
una montaña. En los cuadros de Cézanne la
relación entre las estructuras, los andamios que
vemos, y los objetos asociados a ellos es obvia, ya que
estas estructuras están basadas en los contornos
externos de los objetos, en relaciones que el ojo percibe
inmediatamente. Lo mismo ocurre con las estructuras que
subyacen a los arabescos de la Alhambra de Granada, por
ejemplo. Si observamos sus muros con atención, no
tardamos mucho tiempo en reconocer sus simetrías
e incluso en poder comparar unas con otras. (Por su parte,
las estructuras internas, los esqueletos, no son tan fáciles
de reconocer. Ni en matemáticas ni en pintura. Ni
es tan fácil entender el proceso de su construcción.
Con frecuencia, mantener in mente el proceso seguido por
Mondrian en sus cuadros nos ayudará a no perder el
hilo de la construcción matemática.)
Todos hemos disfrutado alguna vez con los grabados de M.
C. Escher y nos hemos preguntado qué tendría
en la cabeza cuando dibujaba aquellas formas. La respuesta
es fácil: matemáticas. En 1936 Escher viajó
a Granada, y los muros de la Alhambra le causaron una honda
impresión. En esa época el artista gráfico
holandés intentaba encontrar formas animales con
las que recubrir superficies planas, y los arabescos granadinos
parecían esconder las claves que buscaba. Un año
más tarde descubre el artículo del matemático
húngaro George Pólya titulado "Über
die Analogie der Krystallsymmetrie der Ebene" ("Sobre
la analogía de la simetría cristalina en el
plano" [5]. En este
trabajo, Pólya describe matemáticamente la
clasificación de los grupos de simetría bidimensionales
y, en concreto, explica con detalle cómo las aparentemente
infinitas maneras de recubrir una superficie plana con losetas
en forma de paralelogramo se reducen esencialmente a 17,
dando ejemplos gráficos de cada una de ellas (fig.
4). En el trabajo de Pólya, Escher encontró
la clave que buscaba para entender los muros de la Alhambra
-que ofrecen un catálogo completo de las 17 posibilidades-,
lo que le permitió desarrollar sus propias reglas
para construir simetrías planas y realizar los impresionantes
grabados que todos conocemos (Escher recogió sus
reglas en un enorme cuaderno que tituló "División
regular de un plano con polígonos asimétricos
regulares").
Reflexionemos un poquito sobre el trabajo de Pólya.
La manera más fácil de recubrir una superficie
plana con un diseño es elegir un dibujo inicial en
forma de paralelogramo y repetirlo de alguna manera sistemática
por toda ella. Los alicatados que suelen ponerse en las
paredes de cuartos de baño y cocinas, por ejemplo,
tienen por lo general una trama muy sencilla: existe una
loseta inicial en forma de paralelogramo que se ha trasladado
en todas las direcciones posibles hasta recubrir por completo
la pared. Esta trama, esta estructura construida a base
de trasladar en todas las direcciones un paralelogramo inicial,
supone la manera más fácil de cubrir toda
una pared a partir de una loseta inicial. Pero no es la
única. Podríamos hacer girar repetidamente
el paralelogramo inicial sobre uno de sus ángulos
y obtener un diseño estrellado, o reflejarlo en un
espejo imaginario y obtener su imagen especular.
Si quisiésemos dar a alguien instrucciones precisas
para cubrir toda una pared a partir de un paralelogramo,
sólo tendríamos que dar a esta persona dos
cosas (llamadas, juntas, la estructura del recubrimiento):
una loseta inicial en forma de paralelogramo, con su dibujo,
y las transformaciones a las que se ha de someter este paralelogramo
inicial para cubrir con él la pared.
Distintas transformaciones de la loseta inicial dan lugar
a distintos recubrimientos de una pared. El dibujo que haya
dentro de la loseta inicial es anecdótico y resulta
irrelevante cuando se trata de resolver el problema de la
clasificación de los recubrimientos de una superficie
plana. En matemáticas interesa especialmente estudiar
aquellos recubrimientos que se obtienen a partir de un paralelogramo
inicial sometido tan solo a traslaciones (desplazamientos
en una dirección fija), giros y reflexiones (imágenes
especulares), es decir, a transformaciones que no lo cambian
de tamaño. La razón es que las estructuras
así obtenidas, que llamaremos enlosetados
por razones obvias, son la versión bidimensional
de las estructuras (tridimensionales) que se encuentran
en la mayoría de los cristales en la naturaleza.
La primera pregunta a la que hay que responder es, naturalmente:
¿de cuántas maneras distintas podemos enlosetar
una pared? Para poder estudiarlo hay que empezar por distinguir
entre un enlosetado y otro, y luego contar cuántos
hay. Dos enlosetados se consideran distintos si se han obtenido
sometiendo las losetas iniciales de cada uno de ellos a
transformaciones distintas, y se consideran esencialmente
el mismo enlosetado si se han obtenido sometiendo la loseta
inicial de cada uno de ellos a idénticas transformaciones.
Si queremos comparar dos recubrimientos hechos por nosotros
mismos, es fácil saber si son distintos o no, pues
conocemos las transformaciones que hemos llevado a cabo
con la loseta inicial de cada uno de ellos. Sin embargo,
cuando se trata de comparar enlosetados construidos por
otros necesitamos poder identificar a qué transformaciones
han sido sometidas las losetas iniciales de cada uno de
ellos. Estas transformaciones se identifican a través
de las simetrías del enlosetado.
En matemáticas llamamos simetrías de un
objeto a los movimientos de este objeto que no lo alteran
en tamaño ni forma. Pensemos en un enlosetado cualquiera.
Hay un dibujo inicial dentro de un paralelogramo que se
ha ido reproduciendo sobre la superficie. De esta manera,
cualquiera de los trazos o puntos del dibujo inicial vuelve
a aparecer muchas veces en el enlosetado. Tantas como veces
se haya vuelto a copiar el dibujo y el paralelogramo inicial
para obtener el enlosetado. Las simetrías del enlosetado
se obtienen de la siguiente manera: primero calcamos el
enlosetado sobre papel transparente imaginario, y luego
vamos desplazando esta reproducción sobre el dibujo
inicial intentando hacer casar las distintas copias del
paralelogramo inicial. Un papel puede moverse esencialmente
de tres maneras sobre una superficie: puede ser trasladado
en una dirección constante, puede ser girado, o se
le puede dar la vuelta. No hay más posibilidades.
Para identificar las simetrías de nuestro enlosetado
no tenemos más que buscar entre estos tres movimientos-
traslaciones, giros y reflexiones- aquellos que permiten
desplazar la reproducción transparente imaginaria
sobre la superficie del enlosetado original de tal manera
que los dibujos en ambos sigan encajando uno con otro. A
estos movimientos los llamamos las simetrías del
enlosetado, y la expresión que se suele utilizar
en matemáticas para describir este "proceso
mental" de desplazar una copia transparente imaginaria
sobre la superficie de un enlosetado de tal forma que los
diseños encajen es el de "hacer actuar una simetría".
Hacer actuar un giro sobre un enslosetado, por ejemplo,
consiste en imaginamos una copia transparente del enlosetado
que se despega, como si de una piel se tratase, gira y vuelve
a encajarse en el enlosetado como si nada hubiese pasado.
Las
simetrías del enlosetado se corresponden exactamente
con las transformaciones del paralelogramo inicial que han
dado lugar al enlosetado. Si para obtener el enlosetado
la loseta inicial fue sometida a una traslación,
esta traslación aparecerá entre las simetrías
del enlosetado; si se giró la loseta tantos grados
en tal dirección, tendrá un giro de tantos
grados y en tal dirección como simetría; y,
finalmente, si se la reflejó con respecto a un eje
imaginario, la reflexión respecto a ese eje aparecerá
entre sus simetrías. Cada transformación de
la loseta inicial da lugar a una simetría del enlosetado,
y cada simetría del enlosetado viene de una transformación
de la loseta inicial. A efectos prácticos, esta correspondencia
entre transformaciones y simetrías nos dice que para
describir la estructura de un enlosetado (las transformaciones
que se han de llevar a cabo en la loseta básica para
obtener el enlosetado) basta con describir sus simetrías.
Hagámoslo.
Un hecho fácil de comprobar es que si hacemos actuar
sucesivamente dos simetrías de un enlosetado, obtenemos
una tercera simetría de él. Por ejemplo, si
llevamos a cabo primero una traslación de dirección
horizontal que sea simetría de un enlosetado, y a
continuación otra de dirección vertical que
también sea una simetría del enlosetado, obtenemos
una traslación de dirección diagonal, también
simetría del enlosetado.
En general, la regla de "actuación sucesiva"
nos permite combinar las simetrías de un enlosetado
Esta regla de combinación tiene las siguientes propiedades:
i. Si combinamos dos simetrías de un enlosetado
haciendo actuar primero una y luego otra sobre él,
producimos una tercera simetría de enlosetado.
Por ejemplo, una traslación horizontal, seguida
de una vertical, dan lugar a una traslación diagonal.
ii. Dada cualquier simetría de un enlosetado, el
movimiento que la "deshace" resulta ser siempre
otra simetría del enlosetado. Por ejemplo, el movimiento
que deshace un giro de noventa grados alrededor de un
punto en la dirección de las agujas del reloj,
es el giro de noventa grados alrededor de ese mismo punto
y en dirección contraria a lasa de las agujas del
reloj.
iii. Si tenemos tres simetrías cualesquiera de
un enlosetado, no importa si hacemos actuar primero la
primera y a continuación la simetría que
se obtiene al combinar la segunda con la tercera, o si
primero combinamos las dos primeras y a continuación
hacemos actuar la tercera, pues el efecto sobre el enlosetado
será el mismo.
iv. Finalmente, si tenemos dos simetrías de un
enlosetado, da lo mismo el orden en que las hagamos actuar
una después de la otra,
Son muy, muy frecuentes en matemáticas las estructuras
que consisten en un conjunto de objetos y una regla para
combinar sus elementos i-iv. Tan frecuentes que tienen nombre
propio: grupos conmutativos. Dicho con otras palabras, siempre
que nos encontremos ante un conjunto de elementos y una
regla de combinación de sus elementos que verifique
las propiedades i-iv diremos que estamos ante un grupo conmutativo,
o bien que el conjunto y su regla de combinación
forman (tienen) una estructura de grupo conmutativo.
Así pues, el conjunto de las simetrías de
un enlosetado junto con la regla de combinación de
"actuación sucesiva" forman una estructura
de grupo conmutativo conocida como grupo de simetrías
del enlosetado.
Repasemos lo que hemos visto hasta ahora. La propiedad
que caracteriza un enlosetado es la cantidad de simetrías
que tiene, y esta información está codificada
en la estructura asociada al enlosetado que acabamos de
denominar su grupo de simetrías: los movimientos,
combinados unos con otros, que dejan el dibujo del enlosetado
invariante. Una vez que hemos identificado las simetrías
de un enlosetado, tenemos totalmente identificado de qué
tipo de enlosetado se trata, cómo ha sido construido
exactamente, y cómo distinguirlo de otros enlosetados.
La estructura dibujada por Cézanne para describir
una montaña es compartida por todas las montañas
del mismo tipo (mismo material, misma zona geográfica,
misma forma, etc.). Análogamente, esta estructura
que llamamos grupo de simetrías no está asociada
tan solo a un enlosetado, sino a toda la familia de enlosetados
que se obtienen llevando a cabo las mismas transformaciones
de una loseta inicial. Es una estructura que nos permite,
al verla, reconocer el tipo de enlosetado ante el que estamos.
Las estructuras de Cézanne nos permiten decir "mujer
y gorda", "montaña y rocosa", etc.;
los grupos de simetrías nos permiten hacer una caracterización
similar de los enlosetados del plano. Si el grupo de simetrías
de dos de ellos coincide, esto significa que han sido construidos
de la misma manera, y por lo tanto son, conceptualmente
hablando, el mismo tipo de objeto, el mismo tipo de enlosetado.
Cuando, como en los ejemplos de los muros de la Alhambra
o en los alicatados de una cocina, el enlosetado se ha obtenido
a partir de una loseta básica, en forma de paralelogramo,
sometida a distintas transformaciones, su grupo de simetrías
contiene siempre traslaciones, y en tal caso nos encontramos
ante un conjunto de simetrías con una estructura
muy particular y muy frecuente en la naturaleza. A estas
estructuras se las conoce como grupos cristalográficos
planos, pues su versión tridimensional es la que
encontramos como estructura en casi todos los cristales.
Los grupos cristalográficos planos, esto es, los
grupos de simetrías de los enlosetados obtenidos
a partir de un paralelogramo inicial, son importantes en
el estudio de la naturaleza. Por ejemplo, saber cuántos
grupos cristalográficos planos existen permite clasificar
muchas de las estructuras cristalinas que existen. Después
de siglos de trabajo de miles de personas, los matemáticos
Pólya y Nigli demostraron en 1924 que hay, como hemos
señalado, exactamente 17 de estos grupos; dicho de
otra manera, hay exactamente 17 maneras distintas de recubrir
una superficie plana a partir de un paralelogramo inicial.
Este tipo de recubrimientos se encuentran en todo el planeta:
en diseños de telas y papeles, en relieves de madera,
en decoraciones de paredes, etc. De los muchísimos
ejemplos del uso de los enlosetados para decorar que podemos
encontrar, hay uno que destaca como joya única: el
de los arabescos del palacio de la Alhambra. Lo que hace
tan especiales a los mosaicos de los muros y celosías
de la Alhambra es que contienen ejemplos de las 17 maneras
posibles de enlosetar un plano. Esto es, las paredes de
la Alhambra nos ofrecen un catálogo completo de los
posibles grupos cristalográficos planos, de hecho,
el primero construido antes del siglo XX. La Alhambra demuestra,
pues, que los árabes habían encontrado las
17 maneras de construir enlosetados antes del siglo XIII.
Sin embargo, se ha necesitado muchísimo tiempo, muchas
matemáticas y un profundísimo proceso de abstracción
para demostrar que estas 17 maneras son, de hecho, las únicas
posibles.
Esta búsqueda de las estructuras que subyacen o
sirven de andamio a los distintos fenómenos no es
exclusiva de las matemáticas o la pintura, sino que
de hecho caracteriza mucha de la actividad intelectual del
siglo XX. Veamos algunos ejemplos, todos ellos relacionados
en mayor o menor grado con las matemáticas.
En diciembre de 1977, el catedrático de Antropología
social del Collège de France, Claude Lévi-Strauss,
dio en la cadena CBC Radio de la Universidad de Toronto,
bajo el título "Myth and Meaning", una
serie de conferencias radiofónicas, publicadas posteriormente
en forma de libro [3].
En ellas explicaba con ejemplos concretos las estructuras
subyacentes a varios de los mitos de los nativos canadienses.
La posibilidad planteada por Lévi-Strauss en este
y otros trabajos de que el pensamiento sea estructural supuso
una manera nueva de colocarse ante los mitos, cuentos y
leyendas, una manera que nos permite entender cómo
la tradición oral ha contribuido y aún contribuye
a estructurar nuestros razonamientos cotidianos, esos razonamientos
que, pulidos, dar lugar a las matemáticas. En los
orígenes de los trabajos de Lévi-Strauss en
esta dirección, se encuentra su colaboración
con el matemático André Weil [7].
Cuando Lévi-Strauss y Weil se conocieron en Nueva
York, en 1943, el primero llevaba tiempo analizando, sin
llegar a entenderlas, las reglas con las que algunas tribus
primitivas -i. e., sin escritura- decidían sus matrimonios.
Al conocer a Weil, le mostró los datos que había
acumulado y éste, utilizando las matemáticas,
identificó la estructura subyacente a aquellos enlaces
matrimoniales, que resultó ser un grupo conmutativo
[8], comentarios a 1949a).
En las sociedades estudiadas por Lévi-Strauss, todos
los individuos, hombres y mujeres, están repartidos
en clases, y la clase a la que pertenece cada individuo
está determinada, según ciertas reglas fijas,
por la clase a la que pertenecen sus progenitores. Las reglas
matrimoniales indican, según la clase a la que pertenecen
un hombre y una mujer, si el matrimonio entre ellos es posible
o no. En tales sociedades ocurre además que la totalidad
de los matrimonios posibles se pueden repartir en varios
tipos; si, y es el caso más sencillo, el número
de tipos posibles de matrimonios coincide con el número
de clases en las que están repartidos los individuos
de la sociedad, hay una fórmula única que,
para un individuo de una clase dada, nos indica en qué
clase puede elegir pareja con la que casarse. Si el número
de tipos de matrimonios es mayor que el número de
clases en las que está repartida la sociedad, las
posibilidades de elección son mayores, y la traducción
al lenguaje algebraico un poco más complicada. Veamos
un ejemplo del caso más sencillo. Supongamos que
en una sociedad mujeres y hombres están repartidos
en cuatro clases A, B, C y D, y que la clase a la que pertenece
cada individuo está determinada por la clase a la
que pertenece su madre de la manera siguiente: las criaturas
de una madre de la clase A, B, C, D pertenecen, respectivamente,
a las clases B, C, D, A. Supongamos, también, que
en tal sociedad hay cuatro tipos de matrimonios posibles,
que denotaremos por M1, M2, M3 y M4, y que son los siguientes:
M1, hombre clase A con mujer clase B; M2, hombre clase B
con mujer clase C; M3, hombre de clase C con mujer de clase
D; M4, hombre de clase D con mujer de clase A.
La regla matrimonial que acabamos de describir satisface
dos condiciones:
i) cada individuo tiene derecho a elegir pareja en un
único tipo de matrimonio;
ii) el tipo de matrimonio en el que puede elegir un individuo
depende exclusivamente de su sexo y del tipo de matrimonio
en el que nació.
Así pues, el tipo único de matrimonio que
puede elegir una hija fruto de un matrimonio de tipo M1,
M2, M3 o M4, depende de (es una función de, diríamos
en matemáticas) M1, M2, M3 o M4, respectivamente,
y siguiendo la notación matemática, lo denotamos
por f(M1), f(M2), f(M3) y f(M4); análogamente, el
tipo de matrimonio que puede contraer un hijo de una pareja
de tipo M1, M2, M3 o M4 es una función de M1, M2,
M3 o M4 que denotamos por g(M1), g(M2), g(M3) y g(M4). Con
esta notación, la tabla de matrimonios posibles en
esta sociedad es la siguiente:
f(M1)=M2 f(M2)=M3 f(M3)=M4
f(M4)=M1
g(M1)=M3 g(M2)=M4 g(M3)=M1 g(M4)=M2;
Al mirar esta tabla nos damos cuenta de que todos los tipos
de matrimonios aparecen en todas las generaciones, ninguno
se pierde. En el lenguaje matemático esto se expresa
diciendo que las funciones f y g son permutaciones -reordenamientos-
de M1, M2, M3 y M4. Para hallar los matrimonios posibles
a lo largo de una cadena de generaciones, no tenemos más
que ir haciendo actuar sucesivamente las permutaciones f
y g.
Las permutaciones, introducidas por Lagrange y Galois en
el siglo XIX, están completamente clasificadas en
matemáticas. El conjunto formado por todas las permutaciones
posibles de un número determinado n de elementos
(en nuestro caso n=4) con la regla de actuación sucesiva
tiene exactamente las mismas propiedades i), ii), ii) y
iv) que nos aparecieron al estudiar el conjunto de las simetrías
de un enlosetado; se trata, pues, de una estructura de grupo.
Los grupos de permutaciones de cuatro elementos están
completamente clasificados, y esto nos permite, según
las condiciones que verifiquen nuestras reglas de matrimonio,
entenderlas e identificarlas. Por ejemplo, supongamos que
en nuestra hipotética sociedad exigimos que todo
hombre pueda casarse con la hija del hermano de su madre;
si reflexionamos un poco sobre ello caemos en la cuenta
de que esta exigencia traduce al lenguaje de las permutaciones
en la condición:
f(g(M1)=g(f(M1); f(g(M2)=g(f(M2); f(g(M3)=g(f(M3);
f(g(M4)=M4.
Sólo hay dos tipos de grupos de permutaciones de
cuatro elementos que verifiquen todas las condiciones que
verifica el grupo obtenido a partir de las permutaciones
f y g de nuestro caso, lo que nos permite clasificar con
gran facilidad ante qué tipo de sociedad nos encontramos.
Este ejemplo (y cualquier otro de los descritos por Weil
en [8]), ilustra la manera en que las reglas matrimoniales
de ciertos tipos pueden ser descritas mediante cálculos
algebraicos, y cómo el álgebra y la teoría
de los grupos de permutaciones pueden facilitar el estudio
y clasificación de fenómenos de la vida cotidiana.
En 1917 Marchel Duchamp presentó en Nueva York,
en el Armory Show, el primero de su llamados ready-mades,
un orinal de porcelana que tituló Fuente. La pieza
de Duchamp causó revuelo y escándalo en la
comunidad artística, y muchos se preguntaron -y se
siguen preguntando- qué tendría Duchamp en
la cabeza al elegir semejante objeto como obra. Parece ser
que matemáticas [2].
La escultora Rhonda Roland Shearer [6]
y su marido, el biólogo Stephen Jay Gould, llevan
años recogiendo datos que parecen indicar que los
ready-mades de Duchamp y su obra más conocida, El
gran vidrio, están inspirados en el ensayo La invención
matemática, escrito por el matemático francés
Henri Poincaré en 1908 [4].
A lo largo de su vida, Poincaré escribió varios
libros de divulgación sobre matemáticas y
ciencia. La invención matemática es una reflexión
sobre la naturaleza de la creatividad en matemáticas
y la manera en la que los "descubrimientos" matemáticos
tienen lugar. No cabe duda de que Duchamp trabajó
mucho este texto de Poincaré, del que tomó
un montón de anotaciones que guardó en la
Caja Verde que acompaña a El gran vidrio [2].
Para describir el tipo de matemáticas que el inconsciente
produce, Poincaré forja la expresión ready-made,
que aparece traducida en la versión castellana primero
como todo hecho (pág. 53, l. 3) y, más adelante,
como hecho (pág. 53, l. 9)
Pablo Picasso estaba fascinado por los descubrimientos
de las geometrías no euclídeas y en cuatro
dimensiones llevados a cabo por los matemáticos del
siglo XIX. La influencia que estos trabajos tuvieron en
sus cuadros está muy bien documentada [1].
No es de sorprender que Picasso prestase atención
a las estructuras geométricas matemáticas.
Supongamos que tenemos delante de nosotros la cara de una
persona de la que queremos dar una descripción lo
más completa posible. Lo primero que hacemos es movernos
en derredor suyo y observarla desde todos los ángulos
posibles. Cuando fijamos la atención en su ojo izquierdo,
el derecho nos aparecerá borroso. Para ver el segundo
ojo, habremos de variar la dirección de nuestra mirada,
y entonces será el ojo izquierdo el que veamos borroso.
Y tampoco podremos disfrutar simultáneamente del
perfil de su nariz y la palma de una de sus manos. Para
poder ver la figura en su totalidad habremos de movernos,
y al hacerlo obtendremos diversas imágenes parciales.
Son estas imágenes parciales lo que llamamos datos
locales. Reconstruir a continuación la figura como
un todo único a partir de estos datos locales, dar
lo que llamamos una descripción global del objeto
de nuestro estudio, plantea de inmediato dos problemas.
El primero, seleccionar de entre todos los datos locales
un número suficiente, pero ciertamente finito, con
los que trabajar. El segundo, cómo encolar de manera
coherente en una imagen global única diversos datos
locales. A lo largo del siglo XX, y equipados con las herramientas
y estructuras desarrolladas en la época de Cézanne
y Mondrian, pintores y matemáticos se enfrentaron
a la tarea de dar una descripción global de un objeto
a través de varias descripciones locales. El problema,
tanto para los matemáticos como para los pintores,
fue, es, cómo encolar las distintas descripciones
locales de manera coherente y producir a partir de ellas
una descripción global adecuada. Este paso de lo
local a lo global, casi nunca único, pocas veces
posible y con frecuencia no obvio, es precisamente uno de
los grandes retos a los que se enfrenta mucha de la matemática
contemporánea.
Escher, un artista gráfico; Duchamp, un artista
conceptual; Lévi-Strauss, un antropólogo;
Picasso, un pintor. Cuatro ejemplos de creadores cuyas obras
no pueden ser más distintas entre sí. ¿Qué
hay en las matemáticas que pueda resultar de interés
a todos ellos? Estructuras, andamiaje. Pólya permite
a Escher identificar la estructura que subyace a los recubrimientos
de un plano mediante losetas. Poincaré permite a
Duchamp estructurar su trabajo al margen de las tradiciones
artísticas convencionales. Weil permite a Lévi-Strauss
identificar las reglas que rigen ciertas relaciones de parentesco,
y la geometría permite a Picasso construir estructuras
adecuadas sobre las que encolar detalles locales para construir
imágenes globales coherentes. A su vez, todos ellos,
y muchos más, nos permiten a los profesores de Matemáticas
encender de vez en cuando en el aula o la sala de conferencias
un interruptor que lleve luz, y con ella la posibilidad
de ver las matemáticas contemporáneas, a nuestros
alumnos.
Capi
Corrales

(1)L. Henderson: The Fourth
Dimension and Non-Euclidean Geometry in Modern Art. Princeton
University Press, 1983.
(2)L. Henderson: Duchamp
in Context: Science and Technology in the Large Glass and
Related Works. Princeton University Press, 1988.
(3)C. Lévi-Strauss:
Myth and Meaning. University of Toronto Press, 1978.
(4)H. Poincaré: Ciencia
y método, 1908. Edición en castellano
de Espasa Calpe (Colección Austral), Buenos Aires,
1944.
(5)G. Pólya: "Über
die Analogie der Krystallsymmetrie der Ebene" ("Sobre
la analogía de la simetría cristalina en el
plano"), en Zeitshrift für Kristallographie
(Revista de Cristalografía), 1924.
(6)R. Roland Shearer: "Did
Poincaré Point the Way to Twentieth Century Art?",
en The Sciences, marzo-abril de 1997.
(7)A. Weil, A.: The Apprenticeship
of a Mathematician. Birkhäuser, 1992.
(8)A. Weil, A.: "Sur l'ètude
algébrique de certain types de lois de mariage"
("Sobre el estudio algebraico de ciertos tipos de reglas
de matrimonios"), en uvres Scientifiques/Collected
Papers. Springer-Verlag, 1980
|