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Boletín de la INSTITUCIÓN LIBRE de ENSEÑANZA
núm. 45 Julio 2002


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Norte: perfil primero de Gabriel Celaya 1

a historia externa de Norte, la pequeña colección de poesía que Gabriel Celaya y Amparitxu Gastón fundaron en 1947, ya es conocida en líneas generales 2. Falta aún, sin embargo, un estudio exhaustivo de los documentos que aquella aventura editorial dejó, que deberá ayudarnos a precisar el papel que cumplió en la afirmación de Celaya como poeta y en la historia de la poesía durante aquellos años negros.

Él mismo subrayó la significación de Norte en su evolución personal y literaria. En "Historia de mis libros", una breve autobiografía que compuso en 1975 para encabezar la antología Itinerario poético, dedicó uno de sus cuatro apartados a Norte y a sus consecuencias en su biografía de escritor (1975, págs. 13-31; el apartado "Norte" ocupa las páginas 22-27). Puede resultar interesante, pues, repasar las circunstancias que le condujeron a tal aventura y lo que resultó de ella. Hoy quiero adelantar algunos datos y reflexiones al respecto, a partir de las informaciones que nos procuran la correspondencia del poeta y otros documentos todavía inéditos, a modo de primera aproximación a lo que deberá ser en un futuro no lejano un estudio monográfico de lo que supuso la colección.

Se impone una primera constatación: la colección de poesía Norte nació al socaire de la relación personal de Celaya con Amparitxu. Lo dice la secuencia de las fechas: se conocieron en octubre de 1946 y comenzaron a publicar libros a buen ritmo en el año siguiente. Y Celaya ha ligado ambos acontecimientos siempre que ha recordado aquel periodo de su existencia. En "Historia de mis libros" lo cuenta de este modo:

En octubre de 1946 -el 8 de octubre, fecha importante para mí- conocí a Amparitxu Gastón. Nos entendimos en seguida; nos quisimos muy pronto; y esto fue para mí la resurrección. Salía, con su ayuda y su apoyo, del mundo elucubrante de Tentativas a la difícil y sabrosa realidad. Y así, sin pensarlo demasiado, decidimos fundar una colección de poesía: Norte [pág. 22].

Celaya siempre recordó la historia de Norte como una historia compartida con Amparitxu, como una historia de los dos. Y no porque le inventara un puesto de secretaria en la editorial 3 o porque de hecho ejerciera más como editora que como tal y le ayudara a decidir qué habían de publicar, haciendo "un "triage" de los montones de originales que nos mandaban" 4. Es que el inicio de la nueva vida que imaginó con ella y la gestación de Norte se implicaron mutuamente e impusieron al cabo un cambio de rumbo radical a su existencia. Desde que terminara su participación en la Guerra Civil, Celaya tenía asentadas su vida familiar y su vida profesional como director gerente de Herederos de Ramón Múgica, pero su existencia le era insoportable y se desmoronaba día a día. Amparitxu lo ha contado de este otro modo:

El Gabriel Celaya de 1946, es decir, Rafael Múgica, era un buen burgués, ingeniero industrial, director gerente de una importante industria de ferrocarriles, ciudadano respetable y bien considerado en la sociedad de San Sebastián. Pero había que estar ciego para no ver que todo eso era una máscara como yo lo vi en el acto. Gabriel Celaya, el verdadero hombre oculto tras aquella máscara de buen ciudadano, era un hombre frustrado y desesperado que odiaba la sociedad en que vivía, la fábrica en la que trabajaba y la familia que le atenazaba: un verdadero neurótico que, cuando yo le conocí, acababa de salir a la calle después de tres meses de encierro y de renuncia a todo. [Gastón, A., 1981]

En efecto, a Celaya su modo de vida lo había enfermado literalmente. Ese periodo anterior a la eclosión de Norte, que él identifica con la escritura y revisión obsesiva de su libro en prosa Tentativas (Celaya, G., 1946), estaba minado por un malestar que él, según recuerda en "Historia de mis libros" (págs. 20-21), procuraba "domeñar con fórmulas intelectuales", hasta que la fiebre lo retuvo por tres meses en cama, en un "derrumbamiento que daba por definitivo". Rafael Múgica, el ingeniero enfermo, publicó Tentativas tras una década de silencio editorial, considerándolo una especie de testamento, "porque nunca he estado tan cerca de un suicidio" Y lo publicó con un seudónimo, Gabriel Celaya, porque tenía asumido que su nombre civil no era firma apropiada para tales actividades, que sólo podían acarrearle descrédito en su sociedad. Tentativas, pese a su volumen notable y a su densidad de obra sobrecargada de presupuestos teóricos, intenciones y esfuerzos, no representaba una escapatoria de la existencia que tan mal soportaba el ingeniero asqueado ni significaba que retomase su vocación soterrada de escritor. Daba fe, como mucho, de que el escritor había convivido con el ingeniero, como la sombra que lo acompañó hasta el desastre. Pero, reconoce retrospectivamente Celaya, "sólo después del fracaso de Tentativas, era posible lo que más tarde aventuré".

Muy distinta fue la cualidad de la producción que agrupó bajo el sello editorial Norte. Distinto fue su género, pues volvía al fin a imprimir versos; distinto su formato, pues se trataba de libritos de tamaño modesto, que poco tenían que ver con la extensión y las dimensiones, desmesuradas según el propio poeta, de Tentativas; distinta la actividad que desplegaba al publicarlos, pues no se limitaba ahora a escribir, sino que oficiaba a un tiempo de autor, traductor de los títulos que no salieron de su pluma y editor; distinta, en fin, por variada y multiforme, la personalidad de quien los firmaba con tres nombres distintos, poniendo simultáneamente sobre el papel la pluralidad de los caminos que había emprendido en su afán por descubrir una voz y una personalidad poética escabullidas. Si Tentativas quiso ser un testamento y cuajó, en consecuencia, en forma de legado acumulado al cabo de una década larga de esfuerzos, la que Celaya empleó en culminarlo desde que lo concibiera en 1934, los poemarios de Norte aparecieron, en su secuencia, como la eclosión súbita y un punto violenta de algo que germinaba entonces.

Entre 1947 y 1955, Norte publicó diecisiete libros desde un tercer piso de la calle Juan de Bilbao, número 4, en la Parte Vieja de San Sebastián. Los títulos fueron, en 1947: Gabriel Celaya: Movimientos elementales, Rainer María Rilke: Cincuenta poemas franceses, Rafael Múgica: La soledad cerrada, William Blake: El libro de Urizen y Juan de Leceta: Tranquilamente hablando. En 1948, Leopoldo de Luis: Huésped de un tiempo sombrío, Jean Arthur Rimbaud: Una temporada en el infierno, Ricardo Molina: Tres poemas, Germán Bleiberg: La mutua primavera, Lanza del Vasto: La cifra de las cosas y Camilo José Cela: Cancionero de la Alcarria. En 1949, Victoriano Crémer: La espada y la pared. En 1950, Jesús Delgado: El año cero y Miguel Labordeta: Transeúnte central. En 1951, Juan Guerrero Zamora: Danza macabra, danza milagrosa. En 1952, Antonio Milla Ruiz: ¡Aglaé!: poemas de salvación (1946-1950). Y en 1955, Mario Luzi y Vittorio Sereni: Poemas.

Las cifras de su actividad editorial, claramente descendentes después de los dos primeros años, sugieren que el poeta fue desistiendo de sus empeños como editor en aquella España de la dictadura que multiplicaba las dificultades para desarrollarlos: Norte publicó cinco títulos en 1947, seis en 1948, uno en 1949, dos en 1950 y de nuevo sólo uno en 1951, 1952 y 1955. Pero esas cifras también implican, a la inversa, un entusiasmo inicial, fundacional, que luego la pareja supo encauzar por otras vías literarias y personales. Norte fue un instrumento para realizar intensa, torrencialmente, la vocación literaria de Celaya, al tiempo que un medio de expresarla y de afrontar las circunstancias que la retenían. Pero, por la misma cualidad vital y desmesurada de las aspiraciones de Celaya, fue un instrumento temporal, un paso en su caminar haciendo camino.

Aunque Celaya no numeró los volúmenes de la colección, en la solapa de su edición de Una temporada en el infierno, de Rimbaud, hizo figurar la lista de obras que llevaba publicadas Norte. El poeta editor había monopolizado sus ediciones durante el primer año de éstas, 1947. Publicó Movimientos elementales, que firmó Gabriel Celaya; La soledad cerrada, con la firma Rafael Múgica; y Tranquilamente hablando, con su tercer heterónimo, Juan de Leceta; e intercaló con estos poemarios sus traducciones de Cincuenta poemas franceses, de Rilke, y El libro de Urizen, de Blake. En 1948, Huésped de un tiempo sombrío, de Leopoldo de Luis, interrumpió la exclusividad, al aparecer antes que su versión de Rimbaud. Después ya se incorporaron a la colección otros poetas españoles y traducciones ajenas.

Este cúmulo de títulos producidos personalmente por él deja la impresión de que Norte fue en su origen, y antes que ninguna otra cosa, un proyecto de autoedición. Tal es su primera seña de identidad, la de cauce para la torrencial expresión poética de su creador, que procura a la colección cierta fisonomía propia, pues por lo demás, si se considera el resto de su catálogo, no pareció tener, como apunta Leopoldo de Luis, "una línea homogénea" (pág. 39). Celaya se dotó de los medios para publicar de nuevo sus versos, tras pasar una década alejado de la imprenta. Al hacerlo, lo mismo que al relacionarse con Amparitxu, incurría en inconveniencias que su buena sociedad donostiarra no dejaría de reprocharle. Sus reconvenciones y amenazas le sirvieron para componer una de las estrofas de "Biografía", el conocido poema de La higa de Arbigorriya (Celaya, G., 1975):

¿Le parece a usted correcto que un ingeniero haga versos?
La cultura es un adorno y el negocio es el negocio.
Si sigues con esa chica te cerraremos las puertas.
Eso, para vivir.

En estos versos, tales admoniciones quedan significativamente unidas y rematadas por ese expresivo "para vivir", porque en su memoria escribir poesía, incluso hasta dejar de ser ingeniero, y seguir con aquella chica, a pesar de todas las puertas cerradas, equivalía a vivir, a encontrar de nuevo la pasión y los afanes del ser vivo que renacía a la "difícil y sabrosa realidad", junto a Amparitxu y encadenando las ediciones de Norte.

En Poesía y verdad, el poeta hernaniarra recordó que las circunstancias políticas que imponía aquella dictadura siniestra y las reacciones que en él suscitaban también tuvieron que ver con su silencio editorial de años y con la decisión de romperlo: "aunque nunca dejé de escribir, yo llevaba diez años sin publicar ningún libro, porque creía como otros, y muy ingenuamente por cierto, que nuestra abstención era una especie de huelga de escritores que si se propagaba podría perjudicar al Régimen". Conocer a Amparitxu le ayudó a quebrar el círculo de esta ilusión paralizante y a forjarse otras que le convocaban a la creación y a la vida activa de poeta, como forma también de responder a la realidad: "Ella me animó, me devolvió la confianza en mí mismo, me convenció de que había llegado el momento de romper fuego -todos creíamos que el cambio político era inminente después de la derrota alemana- y en vista de eso, y de mutuo acuerdo, pusimos en marcha nuestra flamante Editorial" (Celaya, G., 1979, págs. 70 y 15-16). Norte no fue, pues, en ningún sentido, un modo de aislarse de las penalidades y sinsabores que prodigaba aquel tiempo oscuro, sino un modo distinto, más estimulante y activo, de afrontarlos.

El primer objetivo de Celaya fue claro: volver a sentirse poeta tras callar tantos años. Y su primer paso para lograrlo, volver a publicar poemas en su colección. Pero no fue el único que puso en práctica o que imaginó para Norte. A finales de 1947 intervino en una polémica acerca de la poesía en el diario donostiarra La Voz de España, defendiendo en un par de artículos, contra las críticas de sus antagonistas, la eficacia y la oportunidad del lenguaje poético, incluso el más exigente 5. Celaya reunió sus dos textos en una circular -dos páginas mecanografiadas bajo el título "Escarnio de la poesía"- que repartió ciclostilada entre suscriptores de Norte, amigos y corresponsales. En ella concluyó, según ha recordado Leopoldo de Luis: "Esta larga disputa [...] nos ha animado a proyectar en Norte una nueva serie de cuadernos de ensayo o estudio dedicados a dar razón de la poesía. ¿Quiere Vd. decirnos, sin compromiso, si lo cree de interés?". La respuesta de los amigos de Norte fue lo bastante desigual como para hacerle renunciar a este nuevo desarrollo del proyecto, pero el solo hecho de que lo concibiera muestra en qué grado Celaya quiso hacer pública profesión de su fe en la poesía y levantarse como su valedor contra quienes la desconocían o la desdeñaban.

Para poner en marcha esa empresa con la que contaba volver a declararse poeta, Celaya recurrió a su única experiencia previa como editor, la que le procuró publicar en 1935 su primer poemario, Marea del silencio. Empleó el mismo formato de éste y también procuró distribuir sus libros a través de la librería madrileña de León Sánchez Cuesta, a quien ya había encargado la tarea en aquella ocasión anterior, como si con la colección retomara el hilo perdido una década atrás, saltando sobre el paréntesis lamentable de la guerra, el trabajo como ingeniero y el silencio del poeta. La correspondencia cruzada con el conocido librero del grupo del 27, que había vuelto a Madrid tras un breve exilio, aporta precisiones de gran interés para conocer las pautas que el poeta siguió al llevar adelante Norte. Las cartas originales de Celaya a León Sánchez Cuesta se encuentran depositadas en el archivo de éste, en la Residencia de Estudiantes de Madrid. Completan esta correspondencia, que merece por su interés edición íntegra, las copias que Celaya guardó de algunas de sus cartas, de las que no queda constancia en el archivo de Sánchez Cuesta, y las cartas de éste, que guarda el Koldo Mitxelena Kulturunea de San Sebastián. Agradezco a ambas instituciones las facilidades que me han dado para consultar esos materiales.

A juzgar por las cartas que Celaya (entonces Rafael Múgica) escribió a Sánchez Cuesta en 1935 y 1936, a raíz de la edición de Marea del silencio, la experiencia de editar sus propios versos había estado lejos de ser fácil. Que repitiera la intentona subraya notablemente su afán por volver a sentirse poeta. Celaya se puso en contacto con el librero a finales de 1935: un amigo había mediado para que Sánchez Cuesta aceptara distribuir su poemario y le enviaba 50 ejemplares junto con el ruego de que le orientara respecto a lo que procedía hacer para difundirlo (carta del 5 de diciembre de 1935). El joven Celaya debió de incurrir en no pocas ingenuidades por entonces. Acuciaba, por ejemplo, a Sánchez Cuesta para que el libro fuera exhibido en los escaparates de las librerías, de modo que se vio obligado, el 15 de marzo de 1936, a pedir disculpas al experimentado librero:

Confieso que aun cuando comprendo la gran influencia de las críticas nunca creí que éstas fueran tan decisivas pues confiaba precisamente en lo contrario que Vd. -en los espontáneos- y de ahí mi insistencia -que ya me disculpará- para que se dirigiera a los libreros. Yo juzgaba que "Marea del silencio" debía verse en los escaparates para que entrara por los ojos. Esto es lo que equivocadamente estimaba fundamental.

Prometió, de seguido, hacer alguna gestión con los pocos críticos que conocía y mandar imprimir una hojita de propaganda. Pocos días antes del inicio de la Guerra Civil que había de mandarlo todo al traste, incluida su recién estrenada actividad de poeta que publica, el 6 de aquel nefasto julio de 1936 escribió a Sánchez Cuesta: "no sé cómo expresarle mi agradecimiento por el interés que me demuestra por una causa tan desesperada. Yo confío en que algún día mis libros serán algo más que una rémora para demostrarle mi reconocimiento por la ayuda que me ofrece en estos mis primeros, difíciles y torpes pasos". Alguna esperanza le daba al respecto la noticia de que acababa de ganar, con La soledad cerrada, el Concurso Bécquer del Lyceum Club Femenino de Madrid, que confiaba había de reanimar la venta de Marea del silencio. Pero sólo unos días después la conjura reaccionaria encabezada por Franco inició un conflicto que acabó con la República y arrasó la mejor parte del país y del sistema de producción cultural del que la librería de Sánchez Cuesta formaba parte.

Terminada la contienda, Celaya supo por carta del 25 de julio de 1942 de Luis Sánchez Cuesta, hermano del librero, que quedaban entre "los pequeños restos salvados de la librería" 35 ejemplares de Marea del silencio, de los que podía disponer, pues no veía posibilidad de que León reanudara "su extinguido negocio". Luis Sánchez Cuesta se equivocaba, pues ya en octubre de ese año Celaya se dirigió al librero para inquirir si tenía posibilidades de eludir el siniestro bloqueo cultural que la dictadura había impuesto, si podía conseguir libros extranjeros o guardaba en existencia publicaciones anteriores a la Guerra Civil. Era la búsqueda de ventanas para airear aquel clima asfixiante, que se haría usual durante las décadas siguientes. Conviene recordar que Celaya había tenido la fortuna de formarse en la Residencia de Estudiantes, centro de la inteligencia liberal que fue una de las primeras víctimas de la saña del vencedor, y que había combatido en las unidades nacionalistas del ejército republicano. Para él, muy particularmente, la derrota de la República había significado el desmoronamiento de todo un mundo propio:

En 1939 -escribe en "Historia de mis libros-, al terminar la Guerra Española, todos los amigos-poetas mayores o menores que me habían acompañado en mi juventud habían desaparecido de mi horizonte. Y yo estaba en mi fábrica, más solo que nunca, y menos dispuesto que nunca a publicar, pues nada entendía del clima intelectual-literario que entonces reinaba. [pág. 18.]

Sánchez Cuesta, depositario de las ediciones de la Residencia y colaborador de aquellos poetas, representaba sin duda un resto de aquel universo intelectual devorado por la contienda. También para el librero retomar su oficio y distribuir de nuevo obras de poesía debía de resultar un modo de recuperar, al menos en parte, el ambiente cultural aniquilado por la guerra. Pero ahora las dificultades se iban a demostrar mucho mayores: la hostilidad de los medios de producción impresa y distribución, en manos de las mentes más cerriles, la presión de la censura y del falangismo más belicoso, la disminución radical del público posible a causa de la sangría de la guerra y del exilio, y también a causa de la penuria económica que padecía la inmensa mayor parte de la población, tornaron la tarea punto menos que impracticable.

En un comienzo, Celaya no había pensado poner a la venta los títulos de Norte. Se contentaba con imprimirlos y distribuirlos entre amigos y suscriptores. Esperaba lograr un número suficiente de éstos como para hacer viable la colección. Se dirigió a directores de revistas poéticas y gentes de pluma más o menos instaladas para pedirles direcciones de lectores a los que proponer la suscripción a un proyecto, decía, "al margen de cualquier interés comercial", y, si le parecía preciso, les daba coba y hasta les ofrecía la posibilidad de publicar. En esos términos se dirigió a personalidades tan ligadas entonces al régimen como Luis Felipe Vivanco o César González Ruano, entre otros, según demuestran las copias de las cartas que guardó en su archivo. Cuando reanudó su contacto con Sánchez Cuesta, le interesó mucho el fichero de "amigos de la poesía" del librero, que sumaba mil nombres y direcciones. Por su parte, él llevaba reunidas ya unas setecientas fichas. Habían contribuido a completarlas fuentes tan diversas como la lista de suscriptores de Adonais, las de las revistas Espadaña, Corcel y Mensaje y hasta el muy oficialista José García Nieto, que aportó las de Garcilaso, según le contó al librero el 29 de abril de 1948. Sin embargo, el fichero de Norte que conocemos no suma más de un centenar y medio de suscriptores, algunos de los cuales se interesaban sólo por los libros españoles o sólo por las traducciones, o resultaban un fiasco, pues los envíos llegaban devueltos y había que acabar por suspenderlos.

En realidad, la sangría económica no era grave, pues Celaya, que seguía ganándose bien las posibilidades de editar con su trabajo de ingeniero, se puso por norma publicar sólo 400 ejemplares de cada cuaderno y de ellos entregaba 100 a los autores. Así se lo cuenta a Victoriano Crémer en cartas del 9 de enero y del 14 de mayo de 1948. Sin embargo, el 15 de julio de 1951 explica a León Sánchez Cuesta que ha "exigido a los autores que compraran un número crecido de ejemplares, y debido a esto las existencias son pocas". Ignoro si se trata de una medida aplicada a los últimos volúmenes publicados antes de esa fecha, pues cambia notablemente los términos de la relación de Norte con sus autores.

Con todo, en enero de 1948, cuando ya había publicado los cinco primeros títulos de la colección, pensó en destinar algunos ejemplares a la venta en librerías y escribió a Sánchez Cuesta, el 23 de ese mes, para preguntarle si quería encargarse de distribuirlos en las grandes ciudades (Madrid, Barcelona, Sevilla y Valencia). Aunque no se hacía "ilusiones sobre las posibilidades comerciales de Norte", pensaba que los libritos, "en grupos de cuatro o cinco, y con un carácter de colección", ofrecerían alguna posibilidad. Pero, insistió en varias cartas, el encargo en ningún caso debía suponer un lastre económico para el distribuidor. Sánchez Cuesta aceptó de inmediato y, como había hecho una década antes al distribuir Marea del silencio, prodigó sus recomendaciones al inexperto editor, instruyéndolo acerca de la conveniencia de enviar prospectos informativos a los compradores de poemarios o de cuidar aspectos formales de los libros que podían contribuir a su mejor difusión. Así, el 14 de agosto de 1948 le escribió al poeta:

Otra cosa que Ud. debiera hacer es numerar los vol[úmene]s. de la colección y los que publique ponerles nº en el lomo. En el lomo debería de poner también el nombre del autor y el título. Es molesto tener que buscar un libro en la biblioteca teniendo que sacar todos los de la colección para encontrarle. Lo del nº puede incitar a las gentes a completar la colección cuando ya se tienen bastantes tomos. -Conforme y reconocido por lo de hacer figurar mi nombre en las solapas de los tomos como distribuidor

El intento de sacar a la venta en librerías la colección se reveló pronto un fracaso. Sánchez Cuesta, que enviaba los cuadernos a librerías de provincias cuando Celaya le proporcionaba nuevos títulos, pronto se convenció, pese a su tenacidad, de que era trabajo perdido: los paquetes llegaron devueltos en su mayor parte; o peor aún, le contó al poeta el 27 de julio de 1948, abundando en argumentos que ya le expuso en la carta del 24 de marzo: "vienen en muchos casos como rehusados, lo que quiere decir: no les interesa ni verlos". El 17 de julio de 1948, Sánchez Cuesta comunicó al poeta su decisión respecto a la tarea propuesta y ensayada:

La experiencia de venta en librerías [...] me ha decepcionado en tal forma que renuncio a continuar más adelante la prueba. [...] Esto, me ha dejado tan triste que me ha llevado a la resolución que le comunico: no quiero volver a repetir la experiencia. No tengo inconveniente en ser depositario de ediciones de poesía, que Ud. me remita sus libros y que haga saber pueden encontrarlos en mi casa en condiciones de distribuidor, pero no a repartirlos.

El librero se prestó a repartir los cuadernos de Norte por las librerías de Madrid y a servirlos a las de provincias que los solicitaran, pero por lo demás determinó que se conformaría con la venta directa por correo: "ya que nos fallan los libreros", le escribió el 27 de abril de 1948, recurriría a su fichero, con el que pretendía establecer "el censo de las personas que en España se interesan por libros de poesía", según le había contado el 24 de marzo.

Pronto se hizo evidente, pues, que en el sumidero de miserias que era la España de la dictadura en aquellos finales de los cuarenta, el proyecto de convertir Norte en una editora de libros con precio de venta al público era una quimera. Celaya siguió apoyándose en su lista de suscriptores, a los que procuraba al menos la ventaja de recibir los libros antes que los compradores y a un precio menor. En carta del 31 de julio de 1949, le explicó a Crémer: "El precio de venta en Librería [de La espada y la pared de Crémer] es 10 pts. y te ruego que seas riguroso en esto, aunque a los suscriptores damos el cuaderno por 8 pts. Hay que conservar esta diferencia. Es lo menos que uno debe a los suscriptores fieles". Pero no cejó por un tiempo en sus intentos de dar alguna salida comercial a los libritos de Norte. A consideraciones de ese orden se debió, al menos en parte, la edición del Cancionero de la Alcarria de Cela a finales de 1948. Celaya planeó una tirada "mucho mayor" de este volumen de un escritor conocido, al que otorgaba "cierta importancia publicitaria" y que pensaba podía impulsar las ventas de los otros cuadernos de la colección: "En una palabra, he proyectado este cuaderno -a diferencia de los demás- como colocable en librerías", confesó el 26 de julio de ese año a Sánchez Cuesta.

Desde que concibió la idea de buscar la venta de sus cuadernos en librerías, Celaya siempre tuvo presente, según le escribió a Sánchez Cuesta el 29 de abril de 1948, la necesidad de combinar en ellos "los nombres que suenan" de los autores conocidos y que imaginaba comercialmente más interesantes y "los jóvenes innominados en los que apunta una verdadera calidad", entre los que probablemente se sentía incluido. Lo movía a ello la ambición lógica de asentar con cierta solidez la colección, pero también proyectos de más largo alcance, de los que ésta era simplemente una metáfora o, acaso, un ensayo. En julio de 1951 le confesó a Sánchez Cuesta, al que había llegado entretanto a apreciar como amigo y simpatizante de su empeño, además de depositario y distribuidor, que sus planes incluían entonces cambios de situación significativos. El 7 de ese mes le escribió:

Siempre estoy proyectando ir a Madrid; pero siempre tropiezo con pegas. Lo que en realidad me gustaría es ir a vivir definitivamente a Madrid, dejando mi actual negocio industrial y aplicando mis posibilidades económicas a algún negocio de tipo editorial o librero.

Y unos días después, el 20, insistió en la misma idea: "La vida en San Sebastián, empieza a hacérseme insoportable, y aunque mis asuntos van francamente bien, en lo económico, siento la necesidad de buscar otros caminos".

A la luz de estas confidencias, Norte se perfila como algo más que un intento ilusionado de renovada dedicación a la poesía. Era quizá un primer acercamiento práctico a otro campo profesional más acorde con su vocación íntima y que le permitiría reanudar una existencia significativa con Amparitxu. Sánchez Cuesta se apresuró a señalarle los riesgos de esa operación de "cambio de rumbo"; aun ignorando la marcha de sus asuntos profesionales, le advirtió: "Habrá que pensar bien las cosas". Y se ofreció "para asesorarle en los negocios editoriales o libreros" (12 de julio de 1951). Pero Celaya ya tenía bien presentes los obstáculos que encontraría para realizar su sueño, pues a Norte se le habían acumulado las complicaciones financieras. El 3 de diciembre de 1950, le contó a Victoriano Crémer las dificultades que estaba encontrando para seguir adelante con la colección:

Mi imprenta -"Gráfica Editora"- quebró, y la que hoy me trabaja me cobra unos precios astronómicos. Hoy, los cuadernos tienen un coste doble del que tenían cuando empecé -doble sin exageraciones- y los suscriptores, aunque han aumentado, no llegan ni para cubrir el costo. No obstante, sigo adelante, unas veces por milagro, y otras con sacrificio económico. Pero he perdido un poco de mi hermosa independencia.

Celaya comenzaba a medir con más precisión las trabas de toda índole con que habría de topar si se decidía a romper del todo con el mundo en que aún habitaba como Rafael Múgica. Sin duda, estar cierto de que no podría sobrevivir fácilmente si prescindía de ingresos regulares retrasó el salto definitivo, que no se produjo hasta 1956, cuando abandonó su puesto de ingeniero y su ciudad para trasladarse al fin con Amparitxu a un Madrid en el que situaba entonces sus ilusiones de una vida más auténtica. Entretanto, el mayor coste de producción de sus cuadernos debió de ser uno de los factores que determinaron el enrarecimiento progresivo de su publicación.

La marcha económica de Norte fue habitualmente titubeante. Dependía del dinero que Rafael Múgica, el ingeniero, podía distraer para sostener la vocación y la existencia misma de Gabriel Celaya, el poeta. Por lo general, la imprenta se llevaba la mayor parte de los gastos, pues Celaya no tenía previsto pagar en metálico a los autores. Sin embargo, hizo excepciones, a las que le movió algo parecido al cálculo empresarial. A Crémer, que le reclamaba algún pago, le ofreció 150 pesetas, explicándole que Norte pagaba poco y sólo "a poetas que, aparte de su valor, están ya consagrados (por ejemplo, Gerardo Diego)", a quien esperaba publicar por entonces (14 de mayo de 1948). Años después recordó que a Cela "le pagamos trescientas pesetas por su Cancionero de la Alcarria", libro en el que, como he señalado, confiaba para relanzar las ventas 6. Pero todas esas apuestas por dotar a la colección de prestigio y, con éste, de perspectivas comerciales tropezaron con la obstinada realidad de la sociedad española de aquellos años, que, más que nunca, tornaba inviable aquel intento de hacer de su vocación un oficio.

Con todo, a la postre, recordó Amparitxu, "conseguimos defendernos económicamente" 7. Y Celaya afirmó que Norte fue "una cosa muy modesta y no nos costó una perra. Incluso ganamos dinero". Quizá recordaba al decirlo la liquidación definitiva que Sánchez Cuesta le hizo de la venta de sus cuadernos, que, en julio de 1951, cuando retiró el depósito, dio un saldo favorable de 700 pesetas y 20 céntimos. Sánchez Cuesta le envió el cheque con su carta del 12 de julio de 1951. Según la liquidación, que el librero dató el 30 de junio de 1951, las ventas de los cuadernos que él había tenido en depósito se desgranaban así: "18 Crémer, 5 Múgica, 4 Celaya, 5 Rilke, 4 Blake, 7 Leceta, 7 Luis, 5 Rimbaud, 4 Molina, 13 Bleiberg, 4 Vasto y 16 Cela". Esta liquidación la efectuaba a partir de las existencias de que dispuso en depósito desde el 21 de julio de 1949, es decir que eran el producto de las ventas a lo largo de dos años. Ese dinero, a juzgar por las cantidades anotadas en los casos en que hubo pago en metálico a los autores, apenas debió de cubrir ese capítulo de gastos. Pero para completar el balance en términos estrictamente económicos habría que añadir las aportaciones de los suscriptores, que debieron de cubrir los gastos o poco menos. Sin embargo, no parece, pese al recuerdo de sus dos gestores y a falta de mayores precisiones contables, que Norte resultara una empresa muy rentable. Sus rendimientos radicaban, obviamente, en otros terrenos distintos al monetario.

El primer y principal beneficio de Norte fue sacar a la luz pública los poemas que Celaya había ido escribiendo, lo que supuso "para él una curación", en palabras de su compañera. La impresión de escritura torrencial y dispersa que al respecto deja su primer año de actividad editorial deriva más que de la cantidad de versos que editó, que no es desmesurada para un periodo de escritura callada de varios años, de la suma de obra original y traducciones, y del empleo sucesivo, en aquella, de sus tres heterónimos. En el uso de éstos quizá contó también el deseo de disimular el hecho clamoroso de que Norte fue, al menos por un año, la editora de un solo autor. En su correspondencia con los posibles suscriptores o con los demás miembros de la comunidad literaria durante ese primer tramo de la andadura de Norte, Celaya cuidaba de ocultar la identidad absoluta entre quienes firmaban las obras y el editor que las publicaba. Con cierta frecuencia, por ejemplo, envió a modo de obsequio ejemplares de Tentativas (1946) presentándolos como obra de "nuestro colaborador Gabriel Celaya".

Esa pluralidad de voces en que descompuso su retorno a la imprenta no era del todo nueva para él. Derivaba, por un lado, de las vías expresivas diversas que exploraba desde que se inició en la poesía. En un "Preludio a mi Poética del 29-30", que dató el 1 de mayo de 1930 e incluyó luego en la colección encuadernada de sus manuscritos juveniles, que tituló nada menos O.C.R.M. 1929-1930, es decir, Obras Completas de Rafael Múgica (págs. 25-31), el aprendiz de poeta anotó ya acerca de los versos que había compuesto ese año una reflexión que volvería a hacer suya a menudo en fechas posteriores: "carezco de un estilo personal y por cien mil millonésima vez en mi vida poética, me propongo hallar de una vez por todas la fórmula de mi poesía" (pág. 30). El joven Rafael Múgica no lo consiguió, claro, y no lo lograría de modo más definitivo su sucesor, Gabriel Celaya. Por fortuna para los lectores de poesía, porque esa incertidumbre acerca de la propia voz, hecha en buena parte de insatisfacción íntima del poeta con lo logrado, lo azuzó siempre a nuevas experiencias y a esa abundancia de publicaciones que señala el arranque de Norte y su trabajo poético en los años inmediatos. En una carta a Crémer del 20 de diciembre de 1949, Celaya le escribió acerca de su última publicación, el poemario Se parece al amor:

No me atrevo a preguntarte la impresión que te ha producido "Se parece al amor". Tengo la preocupación de que todo el mundo haya empezado a hartarse de mí. Así que estoy haciendo voto de silencio. ¿Lo conseguiré? ¡Me tienta tan fácil la ocasión de publicar nuevas cosas! Es como si tratara de tapar unas con otras, precisamente porque no estoy contento con ninguna.

Pero además, por otro lado, intervenía en esa pluralidad la postura poética en que sustentaba la última obra que había compuesto cuando puso en pie Norte, Tranquilamente hablando, que firmó como Juan de Leceta. La argumenta el segundo poema del libro, "Mi intención es sencilla (difícil)", que se subleva contra los poetas "tan retóricos, sabios, / tan poéticos, falsos", contraponiéndoles el modelo de Bécquer, "tan directo, vivo". Sus dos últimas estrofas son elocuentes:

Tengo compañeros que escriben poemas buenos
y otros que se callan o maldicen sin tino;
pero todos me aburren (aunque los admiro),
y todos me ocultan lo único que importa
(ellos, estupendos
cuando se emborrachan y hablan sin medida).

Yo que me embriago sin haber bebido,
yo que me repudro y, tontamente, muero,
no puedo callarme,
no puedo aguantarlo,
digo lo que quiero, y
sé que con decirlo sencillamente acierto 8.

Ya al embarcarse en la incierta travesía de lo que iba a ser Norte, Celaya consideraba estupenda, por expresiva, la locuacidad viva y sin medida del poeta ebrio de su palabra. En adelante, siempre fue un versificador abundante, con mucho de Juan de Leceta en cualquiera de sus voces, siempre escribió sin descanso, publicó mucho y sustentó su creación en las probaturas acumuladas. Al regresar a la imprenta con Norte cedió sin remordimiento al impulso de publicar simultáneamente varias. "El hombre es pequeño para el ansia que siente", repite uno de los poemas que dio a conocer entonces, "Ansia", de La soledad cerrada (págs. 67-69). A Celaya, entregado de nuevo a su ansiosa vocación de poeta, todas las opciones de difundir los intentos diversos que constituían su obra le parecían pequeñas. Con ello, tan sólo adelantaba lo que sería su postura siempre. En la "Nota" previa que escribió en 1962 para la edición de su Poesía (1934-1961), afirmó expresamente que con esa edición conjunta aspiraba a "defender su complejidad" contra las visiones simplistas, y que si quizá en cada nuevo poema latían los escritos años atrás, las "poéticas" con que los justificaba eran por demás diversas:

¿Qué puede haber de común entre la poesía concebida como una exploración de lo desconocido, según la entendía en los años de La soledad cerrada, la poesía como un fin en sí de Objetos poéticos, la poesía como un retorno a los orígenes de Movimientos elementales, la poesía confesional y coloquial de Tranquilamente hablando o la poesía concebida como un "instrumento para transformar el mundo"?
[Celaya, G., 1962, pág. 8.]

Abrió la andadura de Norte, lógicamente, un título firmado con el nombre que ya había figurado en la portada de Tentativas y que habría de ser en adelante el que identificaría el conjunto de su obra: Movimientos elementales, de Gabriel Celaya, escrito en 1942-1943. Lo siguió La soledad cerrada, publicado con su nombre civil de Rafael Múgica, con el que lo había presentado al premio del Lyceum Club en 1936. Usar ahora el nombre que lo identificaba ante su sociedad fue en parte un gesto de desacato contra los prejuicios, pero también un puente tendido hasta su escritura de antes de la guerra y un reconocimiento a lo creado entonces, sólo fuera para darlo por superado. El 22 de abril de 1948, Celaya le explicó a Crémer su uso de este heterónimo, del que pensaba entonces despedirse de modo definitivo:

Hace mucho que debía haber aclarado contigo quién es Rafael Múgica. Pero le odio. Rafael Múgica es un ingeniero industrial que hasta hace poco primaba sobre Gabriel Celaya. Cierto que ha publicado un libro de poesía. Estaba obligado a ello porque su libro obtuvo un premio pero Rafael Múgica no publicará más libros.

Tiene en su cajón un buen montón de poemas pero todos son anteriores a 1936. Después de ese año, el único que escribe es Gabriel Celaya 9.

Culminó, en fin, sus aportaciones de originales al catálogo de Norte con Tranquilamente hablando (1945-1946), de Juan de Leceta. En "Historia de mis libros" había de recordar que, por aquel año 1947, le "parecía que apear el lenguaje, hablar de lo que todo el mundo habla en la calle, y emplear, si era necesario, un sorpresivo lenguaje directo, prosaico, y conversacional podría salvar la poesía del aislamiento en que estaba quedando con su irse por las nubes" (págs. 22-23). Y en Poesía y verdad explicó que ese "lenguaje liso y llano" no brotaba tanto del deseo de facilitar la comunicación como del de recuperar la emoción estética perdida:

después del metapoético surrealismo y el superferolítico garcilasismo, me sonaba a impresionantemente novedoso, y de un modo sólo aparentemente paradójico, me daba el choque poético y la indispensable sorpresa que ya no encontraba en ninguna metáfora, por muy atrevida o muy sabia que fuera [pág. 28].

El lenguaje de Leceta resultó lo bastante chocante como para suscitar reacciones críticas y dar lugar a cierta polémica 10. Este relativo escándalo contribuyó en parte a que Celaya lograra pronto, gracias a Norte, afincar entre los frecuentadores de la poesía una notoriedad que le permitió no volver a publicar versos en su propia colección. Tras la avalancha de títulos de 1947 en Norte, los años inmediatos vieron la edición en otros lugares de los poemarios Objetos poéticos (1948), El principio sin fin, Se parece al amor y Las cosas como son (1949), Las cartas boca arriba (1951), Lo demás es silencio (1952), Paz y concierto (1953) y Cantos iberos (1955); del relato Lázaro calla (1949); de su traducción de Quince poemas, de Eluard (1954), y de dos poemarios compuestos en colaboración con Amparo Gastón: Ciento volando (1953) y Coser y cantar (1955).11 Todo ello mientras aún seguía editando sus cuadernos. A juzgar por esta profusión de títulos, a los que se suma la colaboración frecuente en revistas y periódicos, no cabe duda de que Celaya había conseguido cierta consideración como poeta para cuando decidió poner punto final a Norte, a su profesión de ingeniero y a su vecindad en San Sebastián. Claro que casi todas estas publicaciones se produjeron en editoriales periféricas geográficamente y de dimensiones modestas, que dibujaban un mapa de la producción editorial española paralelo al oficial.

Norte había servido en realidad como foco de relaciones con muchos de los responsables de revistas o editoriales que conformarían en los años inmediatos los núcleos de la expresión poética al margen de la dictadura y contra ella. Celaya publicó en su colección poemarios de Ricardo Molina, fundador en Córdoba de la revista Cántico, Victoriano Crémer, de Espadaña en León, y Miguel Labordeta, que había de animar la aparición de Orejudín en Zaragoza; y tradujeron para Norte Ricardo Juan Blasco, director de la valenciana Corcel, que hizo la versión de Lanza del Vasto, y Ramón González-Alegre, que editó Alba en Vigo y tradujo a Luzi y Sereni. La publicación de cada cuaderno dio lugar, por tanto, a definir o fortalecer relaciones con los participantes más activos de la poesía española independiente de aquellos días.

Esta red de relaciones literarias y amistosas formaba parte de los presupuestos de Norte. "Lo que nosotros queríamos -recordó Celaya en "Historia de mis libros"- era romper un cerco: el estúpido cerco de la "poesía oficial"" (pág. 22). A ese deseo respondía también la perspectiva desde la que compuso, en 1948, su artículo "Veinte años de poesía", donde pintó la actualidad poética como una "franca y saludable reacción contra el decir bonito y vacío del garcilasismo" (Celaya, G., 1948). En una carta a Crémer del mismo año le escribió acerca de las proximidades entre Espadaña y Norte:

Tengo la impresión de que Vds. y nosotros coincidimos en que estamos en la acera de enfrente de lo que fue "Garcilaso" y que, quizás por eso, nos entendemos por debajo (o por encima) del valor particular de cada poema o grupo de poemas [26 de febrero de 1948].

Frente a aquella poesía embalsamada en una palabrería que sólo aspiraba a la belleza porque no se atrevía a otra cosa, Celaya buscó en Norte y en el mundo literario que su colección le procuró una expresión viva que le hiciera sentirse de nuevo existir. Como escribió en su "Carta abierta a Victoriano Crémer": "La realidad es maravillosa aunque sea impura, brutal y hasta sucia. La recojo, pues, para hacerla mía. La recojo en el ancho "sí" que quiero dar a la vida entera" (Celaya, G., 1949).

Como ha señalado Amparo Gastón en su "Prólogo" a la antología Poesía, hoy de Celaya, el éxito de Norte consistió en buena medida en acercar al poeta a sus iguales, al medio en que podría vivir: "al tomar contacto con los grupos poéticos de otras provincias, se sintió a salvo de la asfixia de sentirse solo y de la falsa vida burguesa en que estaba a punto de encenagarse" (pág. 14). Con Amparitxu y con Norte, Celaya volvió a la poesía como quien nace a la "difícil y sabrosa realidad", tras una década de incubación o de convalecencia. Su poesía, por consiguiente, no podía ser otra cosa que una transposición de ese saberse vivo al que regresaba. Y su perfil primero de poeta, el de aquella voz desencadenada y acaso disonante de quien boqueaba al fin al aire libre de su vocación reencontrada.


Juan Manuel Díaz de Guereñu

Bibliografía

Celaya, G. (1946): Tentativas. Adán, Madrid.

- (1948): "Veinte años de poesía", Egan, n.º 2, San Sebastián, pág. 31. Recogido en Celaya, G.: Poesía y verdad (1979), págs. 16-22.

- (1949): "Carta abierta a Victoriano Crémer", Espadaña, n.º 39, León, 1949. Recogido en Celaya, G.: Poesía y verdad (1979), pág. 32.

- (1962): Poesía (1934-1961). Giner, Madrid.

- (1975): "Historia de mis libros", en Itinerario poético. Cátedra, Madrid, págs. 13-31.

- (1975): La higa de Arbigorriya. Visor, Madrid.

- (1979): Poesía y verdad, 2.ª edición. Planeta, Barcelona.

- (1997): Poesías completas, tomo I. Laia, Barcelona.

Chicharro, A. (1989): La teoría y crítica literaria de Gabriel Celaya. Universidad de Granada, Granada.

Esteban, J. (1995): "Gabriel Celaya, editor", en Félix Maraña (Ed.): Encuentro con Gabriel Celaya. Noción y memoria de poeta (1911-1991). Universidad del País Vasco, págs. 107-116.

Gastón, A. (1981): "Prólogo" a Gabriel Celaya: Poesía, hoy. Espasa-Calpe, Madrid.

Leceta, J. de, (1999): Tranquilamente hablando, pág. 10. Edición facsímil de los tres poemarios de Celaya en Norte, junto con Marea del silencio. Diputación Foral de Guipúzcoa, San Sebastián.

López de Abiada, J. M. (1994): "Amarrado al duro tópico: la presencia de Gabriel Celaya en antologías memorables de poesía española, 1946-1989", en José Ángel Ascunce (Ed.): Gabriel Celaya: contexto, ética y estética. Universidad de Deusto, San Sebastián, pág. 82.

Luis, L. de (1994): "La colección de poesía Norte (crónica y recuerdo)", en José Ángel Ascunce (Ed.): Gabriel Celaya: contexto, ética y estética. Universidad de Deusto, San Sebastián, págs. 31-41.

Maraña, F. (1994): "Celaya, introductor de poetas", en José Ángel Ascunce (Ed.): Gabriel Celaya: contexto, ética y estética. Universidad de Deusto, San Sebastián, págs. 43-49.

Vicent, M. (1981): "Gabriel Celaya como ingeniero sentimental", El País, 21 de noviembre, pág. 12.




Notas:

1 Una primera versión de este trabajo se presentó como ponencia, con el título "Gabriel Celaya y Norte", en el simposio La poesía es un arma cargada de futuro. X aniversario de la muerte de Gabriel Celaya, organizado por Koldo Mitxelena Kulturunea (Diputación Foral de Gipúzcoa) y la Universidad de Deusto en San Sebastián, del 4 al 6 de abril de 2001.

2 Se han ocupado de Norte, entre otros: Leopoldo de Luis (1994, págs. 31-41), Félix Maraña (1994, págs. 43-49) y José Esteban (1995, págs. 107-116).

3 "A Amparo la saqué de su trabajo y la puse de secretaria [...] le daba un sueldo ficticio para que se justificara en casa, porque su padre era muy chinche". Declaraciones de Celaya en Manuel Vicent: "Gabriel Celaya como ingeniero sentimental" (1981, pág. 12). Las cita José Manuel López de Abiada (1994, pág. 82.)

4 Se lo cuenta Celaya a Guillermo Carnero en carta no datada que cita Félix Maraña (1994, pág. 47).

5 Los artículos que compusieron la discusión son: W. Noriega: "Poetas y poesía", La Voz de España, 14 de diciembre de 1947; Gabriel Celaya: "Sobre poetas y poesía (Carta abierta a W. Noriega)", La Voz de España, 16 de diciembre de 1947; Francisco Candela Mas: "En torno a la poesía", La Voz de España, 18 de diciembre de 1947; W. Noriega: "Más sobre poetas y poesía", La Voz de España, 19 de diciembre de 1947, y Gabriel Celaya: "Defensa de nuestros poetas", La Voz de España, 26 de diciembre de 1947. Antonio Chicharro ha analizado la polémica en La teoría y crítica literaria de Gabriel Celaya (1989), págs. 21-27.

6 Declaraciones ya citadas de Celaya en Vicent, M. (1981).. Vuelvo a citarlas a continuación.

7 Gastón, A. (1981), pág. 14. Cito de nuevo estos recuerdos a continuación.

8 Juan de Leceta: Tranquilamente hablando, pág. 10. Sigo la edición facsímil (1999).

9 Celaya no cumplió del todo estas intenciones, pues en la segunda edición de sus Poesías completas (1977, tomo I, págs. 153-186) incluyó una sección de "Poemas de Rafael Múgica" datados antes de la guerra .

10 Dan cuenta de ella el propio poeta, en un capítulo de Poesía y verdad (1979), págs. 27-35, y Antonio Chicharro, en La teoría y crítica literaria de Gabriel Celaya (1989), págs. 39-56.

11 Los datos de las respectivas ediciones son: Objetos poéticos. Halcón, Valladolid, 1948; El principio sin fin. Cántico, Córdoba, 1949; Se parece al amor. El Arca Cerrada, Las Palmas, 1949; Las cosas como son. La Isla de los Ratones, Santander, 1949; Las cartas boca arriba. Adonais, Madrid, 1951; Lo demás es silencio. Jorge Furets Editor, Barcelona, 1952; Paz y concierto. El Pájaro de Paja, Madrid, 1953; Cantos iberos. Verbo, Alicante, 1955; Lázaro calla. S.G.E.L., Madrid, 1949; Paul Eluard: Quince poemas, traducción de Gabriel Celaya. Doña Endrina, Guadalajara, 1954; Gabriel Celaya y Amparo Gastón: Ciento volando. Neblí, Madrid, 1953, y Coser y cantar. Doña Endrina, Guadalajara, 1955.

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